Hace ya varios años, en una reunión con algunos artistas, uno de ellos nos compartió una experiencia que lo dejó asombrado de un viaje que había realizado a China como participante de una exposición colectiva de artistas mexicanos. Nos contó que en los días que siguieron a la inauguración, conoció a un importante galerista a quien le gustó mucho su trabajo y lo invitó que fuese a su galería con la intención de organizar un Solo-Show.
Su emoción era inmensa, tomó su mejor carpeta y se adentró por las sinuosas calles de Beijing en busca de la dirección. Su primera sorpresa fue descubrir que la importante galería estaba localizada en un minúsculo departamento dentro de un masivo conjunto residencial. Pasada la breve decepción, se armó de valor y subió por la angosta escalera. El galerista lo recibió con una gran sonrisa y muchas caravanas, le ofreció un té y se sentaron a conversar en medio de cuadros, jarrones y esculturas que ocupaban casi el total del pequeño espacio.
A los pocos minutos, el galerista sin ninguna clase de resistencia o consideración le aseguró que su obra era perfecta y que estaba listo para organizar la muestra en seis meses.
Esta fue la segunda y mayor sorpresa, entre el mal inglés que él hablaba y el poco inglés que el chino entendía, pensó que había alguna confusión:
—"¿En seis meses? ¿No le parece que es muy pronto?", en su cabeza él ya estaba organizando qué cuadros seleccionaría, el embalaje, e incluso hizo una rápida cuenta mental de los seguros y transporte de obra.
—"Seis meses", confirmó el galerista con la carpeta en la mano y los ojos puestos en las fotos de la obra.
Acto seguido, el artista hubo de explicar que era muy poco tiempo, considerando que el proceso de selección, el envío y montaje requería por lo menos un año de trabajo.
—"¿Embalaje? ¿Envío?", repite el galerista extrañado, "No, no hay nada de eso, usted me deja esta carpeta y nosotros hacemos los cuadros aquí".
—¿Cómo?, preguntó el artista aún más extrañado.
—"Sí, tengo excelentes artistas que reproducirán su trabajo. Así, si un cuadro gusta mucho, hacemos varias copias y además usted no se desprende del original. Mire a su alrededor, todas estas magníficas obras fueron producidas por mi equipo y no hemos tenido una sola queja, son réplicas exactas".
Con terror el artista, al momento que explicaba que no era lo que él había pensado y que los mexicanos no trabajábamos así, con fuerza le sacó de las manos la carpeta al chino —que parecía no querer soltarla— y con la carpeta bien apretada bajo el brazo, salió casi corriendo.
La historia en aquel momento nos dejó asombrados, teníamos alguna idea de que en China todo lo copian, pero no habíamos considerado que al igual que reproducen las muñequitas oaxaqueñas, igualmente pueden copiar un Renoir o un Tamayo. Esta historia que escuché hace ya mucho tiempo, volvió recientemente a mi memoria al ver un extraordinario documental titulado China's van Goghs, que trata justo de este tema.
La historia de esta película nos lleva al pueblo de Dafen en la ciudad de Shenzhen, China, que hasta antes de 1989 era poco más que una aldea, pero que, gracias a un pintor comercial empresarial Huang Jiang quien estableció una industria del arte, el pueblo actualmente tiene una población de más de 10 mil habitantes, donde todos son pintores, incluidos cientos de campesinos que han abandonado el cultivo y se han convertido en pintores al óleo.
El documental nos va mostrando los numerosos estudios, e incluso los callejones, donde cientos de pintores producen miles de réplicas de pinturas occidentales de fama mundial. "Nadie rechaza un pedido de 200 van Goghs" y para poder cumplir con el plazo de entrega, los jóvenes y viejos pintores duermen en los estudios, incluso en el suelo bajo los tendederos donde cuelgan las obras en producción. En 2015, la facturación en ventas por las reproducciones de pinturas famosas superó los 65 millones de dólares.
Los directores Haibo Yu y Kiki Tianqi filmaron de cerca la cotidianidad de uno de los pintores, Xiaoyong Zhao. Solamente él y su familia han pintado alrededor de 100 mil van Goghs. Después de todos estos años, Zhao siente una profunda afinidad con el pintor holandés, sin embargo, nunca había visto las pinturas originales, de modo que su mayor sueño era viajar a Ámsterdam para ver las obras de su legendario socio. Después muchos esfuerzos y vicisitudes, logra juntar el dinero para el viaje.
Su encuentro con las pinturas de van Gogh y sobre todo, con la vida de este artista se convierte en toda una epifanía. Aunque abatido por la revelación, Zhao se siente inspirado por las pinturas de van Gogh, su trágica historia y las dificultades que sufrió; es entonces cuando toma la decisión de dedicarse a su propio arte original. Tal como Vincent lucha por encontrar su propio trazo y siendo fiel al espíritu de su héroe y mentor, Zhao se siente impulsado a buscar su propio estilo: "Me he pasado la vida copiando y copiando, pero no tengo una sola obra mía… El paso de ser pintor a ser artista es un trabajo muy difícil"
Los van Goghs de China no solo presenta el camino de un pintor que persigue un sueño, sino que también cuenta la historia humana de desafío y lucha durante el trayecto, un viaje emblemático que muestra una China que está pasando del "hecho en China" al "Creado en China".
Fotografías de
https://chinasvangoghs.com
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