A JM por romper la tranquilidad de mis mares
La lluvia de invierno siempre me llevo a espacios lúgubres, casi melancólicos. Siempre busco ver donde no hay nadie. Especialmente en Madrid disfruto de la soledad al salir a la calle. Me senté afuera a pesar de la lluvia, en mi hacía un sol de verano y en la calle apenas andaban un par de personas. Entré a uno de esos sitios que sombríos con la sorpresa de que aquello estaba todo iluminado. Todas las luces estaban encendidas.
La gente conversaba, pronto yo también lo hacía, detrás de mí un sonido extraño hacía mella, pronto devino en lenguaje pero no lo comprendía. Era un extraño rumor de sol que partía aquel invierno. Devolví la mirada a otro sitio. De un momento a otro estaba frente a mi. Jamás había visto el sol tan cerca. Parecía un amanecer enorme, luego entendí, que desde lejos ya parecía verano dentro de mi. Se llamaba JM.
No entendía que hablábamos, y mientras él sonreía. Pocos minutos pero todo era brillante, hacia un gran sol afuera o solo no sentía frío por la ansiedad del encuentro. Esa voz trajo sus recuerdos sobre México y yo de repente estaba muda. El sol me aturdió, insolación. Salí de ahí de nuevo al invierno, pero ya no lo era más.
El sol aunque enorme puede ser ocultado por una nube. La tempestad de Bilbao. Todo sucede al mismo tiempo. El sol, las nubes, el viento frío. Pronto entendí que yo era esa misma tempestad que prefiere cerrar los ojos y huir. Esperé en la estación del tren ansiosa por querer salir de ahí. Lloré en cuanto salí de ahí.
A mi regreso aquella noche, ocurrieron tantas reuniones entre el sol, la luna y mi tempestad. Una serie de eclipses. No muy lejos del departamento encontré a JM para cenar. Igual que la vez anterior, una sonrisa enorme. Intente mantenerme de pie hasta que pude sentarme y luego el problema fue sostener el vaso de agua de que pedí. Estaba nerviosa.
Descubrí que JM, al igual que nuestro sol solo iluminaba una parte del mundo a la vez y que sin embargo; la otra siempre permanecía en penumbra. En las noches ese sol era una luna. Siempre creí que ver la luna era una tontería, que todos la miraban y que todos se endulzaban con ella. No todos podían ver a JM, su piel blanca y brillante, pero lo mismo que sucedía en el día, sucedía de noche; no entendía lo que se decía. Había una cadencia en su voz y en mi una inquietud en terminar de saber aquello que me contaba.
Al salir JM corrió por la calle y pronto lo alcancé. Quietos de nuevo me tomo del brazo y yo lo permití. Nunca dejo que alguien lo haga. Siempre me terminaba soltando y desapareciendo de quien intenta siquiera acercarse un poco a mi. Caminamos, me tomó fuerte y muy seguro. Esa sonrisa otra vez. Le pedí fuera despacio, no solo por sus pasos grandes; sentía que yo me podía volver a soltar como lo hacía antes. Lo volví a decir pero ahora porque quería seguir así junto a él y alargar el camino. Él seguía sonriendo y caminamos las dos calles hasta llegar al departamento.
Casi al llegar pensé que me diría algo sobre subir, no lo hizo. Yo misma estuve a punto de decirlo. Es de alguna manera quería que aquello terminara pronto y me decepcionara. Se despidió y yo subí. De la misma forma que lloré en el tren de regreso, volví a llorar antes de meterme a la cama. En seguida pensé no lo volveré a ver, nunca dejo que nadie me toque. No yo no debía seguir aquello. Me dormí.
A los pocos días, me encontré con Oskar. Era una tarde frente a la Playa de la Barceloneta. A ratos el sol rompía las nubes pero fue esa primera vista al mar que el cielo se encontraba por completo nublado. Un gris plano, que se reflejaba casi por igual en el agua del Mar Balear. No se movía nada, ni una brisa, ni un barco, no había nada que se entrometiera entre ambos. La tensión parecía que haría romper a uno o al otro en cualquier momento. Esperé ahí. Nada sucedió y me turbó más. No podía tomarlo con calma, esa inmensidad no puede dejarse pasar.
La tranquilidad de aquel paseo se acabó cuando los erasmus pasaron cantando a nuestro lado. Salimos de ahí. Anduvimos por las ruinas del antiguo Mercado de Born, el barrio judío hasta que llegó la hora de la reserva para cenar.
Aún me encontraba inquieta por la paciencia del mar y el cielo nublado. Tan cerca ellos. Bebimos aunque Oskar nunca lo hace. Bebimos porque los colores del atardecer trajeron de vuelta el sol, porque la noche solo nos podía hacer recordar el mar. No sé si él pensó lo mismo pero yo quiero creer que sí.
Los paseos nocturnos siempre me han despertado. Anduvimos por ahí mientras como Thomas Mann esperaba Muerte en Venecia. Ella llegaría la mañana siguiente desde Lyon. Mi llegada al hotel solo se resolvió como la fortuna de Sophie Calle y su teléfono rojo anunciando que no llegaría al encuentro después de tantos años.
Deseaba huir como siempre. Estuve dos días más. Necesitaba el ruido de Madrid. No sé tomar las cosas con calma. No sabía porque el cielo y el mar se miraban con tal calma e intensidad a la vez. No lo soporte. Necesitaba ese ruido, aquel sonido de un lenguaje incomprensible que tenía el sol.
Tarde muchos días en escribirle a mi regreso a JM aunque algo habíamos criado cuando estaba en Barcelona. De nuevo era yo estando sola. El sol de siempre, la luna a le presto atención. La lluvia de marzo y nada más. Me metí en una librería latinoamericana. Compre un par de cosas y me volví a la cama a leer.
Volvimos a cruzar mensajes y otra vez era de noche. Nos veríamos en la misma calle donde había vivido antes. Recordé varios sueños andando sobre esa calle, varias veces estaba acompañada pero casi nunca reconocía de quien. Entré al sitio. Joder que puta sonrisa. Debí parecer una imbécil cada que lo vi sonreír. A veces tenía una delicadeza que nunca me ha gustado tanto en los hombres pero que mezclaba con firmeza. Pronto lo descubrí en sus manos.
Y así como descubrió mis manos, incluyó en la conversación el anillo de matrimonio que usa. No lo había notado. Nunca me fijo en el detalle del anillo, y es que se sentía tan libre que no lo dudé. Desde ahí el lenguaje fluyó y a pesar de que lo sentía cerca intenté continuar como si aquello no importara. No quise averiguar más de lo que dijera solo. Agradecía la honestidad. La noche se fue más rápido y hablamos de mucho. No había notado la hora, creo que pasaba de media noche. Había olvidado ver el teléfono durante toda la cena.
Me convenció de subir a su motocicleta para ir dos calles. Me puso el casco y subí. Lo abracé, algo dijo sobre el abrazo que no escuché bien. Sí, aquello era una excusa. Yo solo hice lo suficiente para no caer y no más. Dio una vuelta demás en la glorieta y lo confirmé. Igual eso fue muy pronto. Al bajar él fue quien me abrazó y yo completamente nerviosa, hecha un manojo de nervios. No había pasado mucho cuando interrumpí cualquier sensación al sentir su celular sonar en su bolsillo, a la par sentí que algo cayó en mi pie. Él dijo algo sobre su corazón y es que sí, su abrazo era tan cálido y dulce. Yo no quería sentir aquello. Empeoró. Besó mi mejilla izquierda demasiadas veces, yo respondí con un solo beso en la mejilla y corrí a la puerta. Me despedí agitada y feliz. Sabía que lo quería. Que me daba miedo, que había una distancia enorme entre ambos cuerpos.
Volvimos a vernos, una noche que estaba yo con mis amigos. Se sentó del otro lado de la mesa y lo extrañé ahí por primera vez. Ya estaba jodida. Solo una vez vi como su mirada se perdió entre el ruido del lugar, se hizo un silencio en él que no había visto. Esa misma melancolía que suelo tener.
Salimos de ahí confusos entre los diálogos, la lluvia, el frío. El abrazo en la motocicleta duró más y encontré un sitio en su hombro. Pronto la velocidad me hizo cerrar los ojos, me daba miedo todo lo que ocurría y al llegar se lo dije. No entendía mi comportamiento tan ligero con JM. Lo besé y él me tomó inmediatamente hacia él. Sentí como me quería su cuerpo, como me quería él de un momento a otro. Había una luz blanca enorme que aparecía frente a mi mientras nos besábamos. Duro poco, me solté. Dijo que no sabía si nos veríamos una vez más y supe que desaparecería. En ese momento se abrió la puerta del edificio y me fui. Otra vez los pasillos oscuros. Andando a tientas.
A medio día otra vez. Estaba ahí la cita para volver a vernos. Suspiré y dije sí. Por la noche anduve por las calles, recogiendo mis pasos por los que suelo andar. Lo vi llegar en la moto y lo esperé a que se acercara. Nos saludamos y para mi fue un tanto triste.
Permanecí lejana y aunque sabía que era la última noche, estuve ahí como si hubiera más tiempo para estar con JM. Durante la cena tomó una llamada y su semblante no era el mismo que sonreía. Le tomé un par de fotografías sin que él supiera. Ahí estaba esa firmeza en el rostro, en todo su cuerpo que había encontrado la noche anterior. No dije nada. Todo ocurrió de manera tan simple como si ambos esperáramos decepcionarnos.
Al salir me abrigo bien porque la noche anterior habíamos pasado frío. Volví a subir a la moto y lo abracé y recargué mi cabeza sobre el hombro derecho otra vez. No quise cerrar los ojos. Bajé y me quitó el casco y nos besamos. Me abrazo tanto y yo solo podía estar en su boca. JM ya sabía cómo era yo y mis manos aún estaban arrojadas sobre su cuello y cabello. Podía oírlo, me gustaba oírlo gemir. Cuando por fin pude despertar mis manos fueron sobre su cintura, mientras que él seguía suavemente por mi cuerpo. Por fin avancé rápido y solo lo sentí entre mis manos unos momentos cuando apareció gente por la calle. Me detuve aunque yo seguía ahí y él también. Nos dimos cuenta de los sonidos de la gente que empezaba a pasar. Ellos notaron el sol y decidieron salir a la calle creí. Nunca había tanta gente ahí.
Regresé mis manos sobre su cuello y entre risas nerviosas continuamos un poco cuando la gente se fue, pero seguían apareciendo y empecé a besarle el rostro. Recuerdo besarle los ojos. Fue sobre mi boca nuevamente y ojalá hubiéramos estado en la habitación, sentí como si me hubiera arrojado contra la pared. La gente seguía pasando y JM me preguntó si podíamos subir y le respondí es que si eso se pudiera te subía ayer, no estaríamos aquí. Volvió a hacer una pregunta, ¿qué habrías hecho? Y le dije que tanto que no hay un nombre para ello. Nos besamos y fue sobre mis piernas. El Atlántico no es tan húmedo, ni tan grande, ni tan lleno de deseo. JM era luna moviendo las mareas de mis océanos por la noche. Nos despedimos, le dije que lo extrañaría pero no respondió. Me fui. Yo solo quería dormir con JM que un sueño suyo me abrazara. JM ya no está y sueño con él en las noches, durante mi día que es su noche y durante mis noches que son sus días.
Sobre lo anterior quiero aclarar que cuando era una niña quizá de unos cuatro o cinco años pensaba que el sol me perseguía todos los días a donde iba, está siempre junto a mí; de un lado para otro y solo llegada la noche me sentía segura. El sol hacia que apareciera en algunos sitios algo oscuro muy parecido a mí, solo era mi contorno y coloreado sin líneas intermedias. Era una sensación extraña no saber la causa de mi multiplicación. Después me di cuenta que era la Tierra la que estaba atada de cierta forma al Sol, la vida dentro de esta daba vueltas y vueltas por el resto del tiempo. Pensé entonces liberarme de lo que ahora sabía era una estrella y mi sombra. Me sentí sin importancia pero al pasar la gravedad, los días, los años y en cada vuelta pensaba ¿por qué se fatiga el universo en existir, en no terminar? Aun cuando no nos percatamos a simple de vista de que todo sigue estallando.
Hoy volví a tener esa sensación que tenía con el sol. Nuestras vidas volvían a tener importancia y lejos de formar una sombra había una extraña sensación de luz. El mismo aturdimiento de una palomita de San Juan que se fascina por el afuera y se quema con el foco.
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