Arte en soledad y soledad en el arte

Gabriela Galindo

Enero, 2022

 

"Hallarnos entre la muchedumbre; el ruido y encuentro de los hombres; oír, ver, sentir; ser favorito de la fortuna; ciudadano aburrido del mundo; … no tener un amigo entre todos los que nos alaban y reciben nuestros beneficios, eso es a lo que llamo hallarse solo, en eso consiste la verdadera soledad"
Lord Byron

 

Después de casi ya dos años de que iniciaron estos tiempos extraños del Covid y todas sus variantes, uno de los temas que más nos han hecho reflexionar es el tema del confinamiento, el encierro y, consecuentemente, el sentimiento de profunda soledad que ello ha causado. Sin embargo, pareciera que, en el terreno de la creación, la soledad es una condición necesaria. Los artistas, músicos y escritores son por definición seres solitarios. El acto creativo exige un alto nivel de interiorización, que rara vez nos permite compartirlo.

 

Pero hay que reconocer que la soledad es más que una circunstancia o una situación pandémica, la soledad como lo dice Byron, es un sentimiento que transpira por todos nuestros poros. Estar solo, no es igual que sentirse solo. El artista busca la soledad para trabajar, pero en el fondo, todos los seres humanos sentimos temor cuando la soledad se convierte en un estado anímico. Gilles Lipovetsky, gran pensador y filósofo francés planteó por allá de los años 80, que no hay periodo de la historia donde el hombre se haya confrontado de manera más brutal con el sentimiento de soledad, que la sociedad posmoderna. El individualismo contemporáneo, nos conduce a un estado de indiferencia de masa, donde domina la apatía y el desapego social. Este aislamiento emocional engendra un falso deseo, que una vez alcanzado es intolerable: el deseo de la soledad. "Cada uno exige estar solo, cada vez más solo y simultáneamente no se soporta a sí mismo".[1]

 

Como nunca antes, la sociedad posmoderna nos ha impulsado a centrarnos en la realización personal, proclamando nuestros derechos individuales por sobre todas las cosas. Lipovetsky asegura que hoy Narciso es el símbolo de nuestro tiempo, como en otras épocas lo fueron Edipo, Fausto o Sísifo. Sí, somos la personalización de Narciso más psicodeprimida de la historia de la humanidad. Nunca tan enfermos de la dolencia del vivir.

 

Un artista que me parece ha logrado representar la soledad de manera gigantesca (literalmente enorme) es Ron Mueck. Este escultor de origen australiano, nos muestra una versión engrandecida de los individuos –o por lo menos de su morfología-, dejando ver la naturaleza de nuestra identidad como humanos de forma más evidente; sus obras de proporciones poco convencionales, recrean la expresión de emociones en cuerpos magnificados con increíble detalle: desde la pigmentación de la piel, la más sutil de las arrugas, los vellos del cuerpo y las expresiones faciales, que de inmediato crean un vínculo con el espectador quien frecuentemente llega a notar un chispazo de vida en estas esculturas.

 

Mueck, alcanza a mostrarnos qué se sentirá una soledad proporcional a cinco metros de largo, un estado de locura de aproximadamente tres metros de altura o una miseria que, en su desproporción, nos hace sentir más pequeños; al tiempo que nos confronta con la evidencia de pertenecer a un mundo de seres vacíos y exentos de sentido, alejados tristemente de la naturaleza y destinados a una soledad profunda.

El escultor explica que hemos perdido la capacidad de observación de las figuras reales que están a nuestro alrededor. Estamos tan acostumbrados al mundo que ya no lo vemos. Al reproducir éstas en una proporción diferente, nos obliga a reconocerlas, evidenciando aquello que hemos olvidado.

 

Este perturbador realismo de las réplicas de seres humanos, dotadas de piel porosa, arrugas, venas e incluso saliva, me hace recordar a Jean Baudrillard quien fue ampliamente reconocido por sus investigaciones en torno al tema de la hiperrealidad. Según este pensador francés, el hiperrealismo es uno de los fenómenos sociales más patentes en la sociedad contemporánea. Lo Real ha dejado de existir para dar origen a un simulacro creado a través de una copia ilusoria de la realidad, donde los receptores desempeñan un papel fundamentalmente pasivo. "Liberados de lo real, podemos pintar más real que lo real: hiperreal. Precisamente todo comenzó con el hiperrealismo y el pop Art, con el ensalzamiento de la vida cotidiana a la potencia irónica del realismo fotográfico. Hoy, esta escalada engloba indiferenciadamente todas las formas de arte y todos los estilos, que entran en el campo transestético de la simulación." [2]

 

El comportamiento social contemporáneo ha traspasado los horizontes de lo comprensible. El mundo hoy se manifiesta a través de una actitud que ya no es una trasgresión de la ley sino una asimilación de los límites en cuanto desviación de la norma, una anomalía. Se ha traspasado el límite por un exceso de conformismo que se traduce en una hiperdimensión tan saturada como vacía, donde se ha extraviado la esencia de lo social por la necesidad de destacar lo individual.

 

Ahora bien, de manera completamente opuesta a este hiperrealismo, encontramos que la deformación de lo real también ha sido un recurso que nos permite un acercamiento a la realidad. Quizá uno de los artisitas menos realistas que existen y que supo, como nadie, retratar la soledad fue Francis Bacon. El artista anglo-irlandés plasmó la dolorosa condición humana desde la más cruda singularidad. Bacon cuestionó a través de sus rostros desfigurados, mutilados y prácticamente irreconocibles, los valores y principios en los que el hombre suele basar su existencia. Bacon abrió heridas sometiéndonos a una pesadilla de vacío existencial. Su obra nos confronta con el impulso incontenible de autodestrucción a través de unas telas invadidas de olor a muerte, seres desgarrados por la vida, distorsionados en el intento de limpiar sus culpas y que habitan en espacios vacíos y casi tétricos.

Milán Kundera, gran admirador de Bacon, plantea la interrogante a partir de los retratos de este artista sobre los límites del yo. "¿Hasta qué grado de distorsión un individuo sigue siendo él mismo?". El trabajo artístico está estrechamente ligado al tema de la identidad, al reconocimiento del yo y el ser. En un intento por explicar su trabajo, Bacon comenta: "Mi manera de deformar imágenes me acerca mucho más al ser humano que si me sentara e hiciera su retrato, me enfrenta al hecho actual de ser, un ser humano, consigo una mayor cercanía mientras más me alejo."[3]

 

Un recurso de reflexión sobre el yo es la soledad y el descentramiento; el arte nos ha mostrado con vehemencia que el hombre que consigue reflexionar sobre sí mismo y mantiene una estrecha relación con su dolor interior, es el hombre que no está satisfecho, es aquel que cuestiona permanentemente su realidad en una búsqueda, no precisamente hacia la realización, sino a la superación.

 

Sin embargo, esta conciencia no necesariamente es un estado de ánimo negativo. Según Sartre, es la mejor definición de lo que es la vida humana. Estamos solos, sin excusas, nos dice el gran pensador existencialista, asegurando que nuestra existencia es como un papel en blanco al que tenemos que darle sentido sin que nada ni nadie nos guíe. De esto, Sartre extrae la única conclusión posible: El hombre está condenado a ser libre. Toda persona está sola, nace y muere desnuda, no tiene justificación, ni leyes, ni reglas, salvo las que él mismo construya, por tanto, está en total y completa libertad.

 

Uno de los artistas contemporáneos que ha abordado, desde una perspectiva existencialista, el cuestionamiento sobre la libertad y soledad individuales, es Francis Alÿs. A través de la utilización de analogías, comparaciones y paralelismos, el artista de origen belga radicado en México, aborda con ingenio una serie de temas recurrentes, donde la soledad, la periferia y la inminente condena a estar en el mundo, predominan en su práctica artística.

 

Alÿs ha convertido la imagen de la soledad en un espacio de introspección que va del yo hacia el mundo. La ciudad se convierte en un espejo, resultado del desdoblamiento de la mirada y de la simultánea conciencia de ver y ser visto. La mirada, la sensibilidad visual dirigida, se construye desde una autoconciencia corpórea, en un juego vertiginoso, de liberar al otro del principio de identidad y arrojarlo a la extrañeza.

Según Baudrillard [4] nuestra soledad demanda un espejo simbólico donde podamos reencontrar a los otros desde nuestro interior. Buscamos en el espejo, la unidad de una imagen en la que sólo llevamos nuestra fragmentación.

 

Miramos los rostros del otro, rostros lejanos aún cuando están cerca, ausentes a pesar de su presencia, sin que ellos nos devuelvan la mirada. La extrañeza no es más que un espectro que nos fascina, nos envuelve en un espectáculo de ausencia. Para Francis Alÿs ser un paseante ha sido un modo de cuestionamiento que le ha permitido adquirir conciencia de sí y del mundo. Sus paseos y caminatas, casi siempre en soledad, son la evidencia de la incertidumbre que nos provoca existir y por ende, la obsesión por demostrar nuestra existencia. Sus videos nos provocan la idea de que es posible vivir la soledad bajo estados de fascinación. Una forma de placer tal vez singular, pero aleatoria y vertiginosa. Habitando los espacios de la memoria en un tránsito continuo.

 

El arte funciona como una memoria alterna que nos permite sentir lo que ya hemos sentido, en un acto de extrapolación de nuestras emociones a través de una experiencia estética. Al momento de reconocernos en Otro, volvemos a la conciencia de nuestro ser individual, la conciencia del ser que ya somos, confrontándonos con la ambigüedad entre la individualidad –modo de ser en el mundo– y la necesidad de pertenecer –modo de estar en el mundo. Esta conciencia que el hombre tiene de sí mismo produce un sentimiento de angustia. El único remedio según lo plantea Kierkegaard, otro de los grandes filósofos existencialistas, es la fe, pero no una fe entendida en sentido religioso, sino una fe "dolorosa", una fe que acepta el propio sufrimiento y soledad: la libertad y la esperanza, consisten precisamente en la conciencia de la propia fragilidad.

 

Bill Viola, artista neoyorquino y pionero en el videoarte, ha concentrado gran parte de su trabajo en la reflexión sobre esta condición del ser humano, fundado en la conciencia, los sueños, las percepciones y la memoria; que le sirven para referirse al ciclo básico de nacer, vivir, morir y renacer. Viola intenta reflejar en sus videos la emoción individual contrastada con la emoción colectiva. Marca la diferencia entre la escala personal y la escala social, o mejor dicho, entre lo interior y lo exterior. El artista ha creado toda una gramática de las emociones: angustia, dolor, alegría, soledad, incertidumbre; a través de la exaltación de los sentidos.

 

Viola se ha inspirado en la pintura medieval, especialmente el hieratismo que precede a la pintura de carácter religioso, para recrear el devenir de los ciclos de la naturaleza, ofreciendo una lectura mítica sobre el flujo de las pasiones humanas. Gran parte de sus video-instalaciones son un registro de las emociones en estado puro, desvinculando al ser de todo contexto, en una continuidad fluida, pausada, y nos conduce a una reflexión espiritual de la temporalidad y la trascendencia. Viola utiliza el sonido y los efectos visuales para mostrarnos en cámara lenta, lentísima, la reacción de personajes que se enfrentan al dolor, a la pérdida o a la soledad. Durante el tiempo que dura la transformación gestual de los personajes, un sentimiento de atracción y repulsión se muestran en diferentes grados de intensidad. Y sin duda consigue captar momentos que nos conmueven profundamente.

 

Le Corbusier definió el arte como un sistema capaz de organizar sensaciones, quizá porque el arte es la única manera de representarlas. Las artes visuales y la poesía han luchado contra la banalidad de las convenciones expresivas y el artista y el poeta tienen la tarea de mantener y renovar los códigos auditivos, visuales y verbales. El confinamiento no es necesariamente un estado de individualismo solitario, es una circunstancia que debemos utilizarla como herramienta que transforma la conciencia de la soledad en algo fecundo, en una forma de estar y existir, y con ello evitar la disociación y el extrañamiento del mundo del que formamos parte.

 

Notas
[1] Lipovetsky, Gilles.  La era del Vacío, Anagrama, Barcelona, 1986.
[2] Baudrillard, Jean. La transparencia del mal, Editorial Anagrama, Barcelona, 1991.
[3] Deleuze, Gilles. Francis Bacon. Lógica de la sensación, Arena Libros, Madrid, 2002.
[4] Baudrillard, Jean. El otro por sí mismo, Anagrama, Barcelona, 1994.

Sobre LA AutorA

Gabriela Galindo. Estudiosa del arte y la filosofía. Tiene la Maestría en Filosofía y actualmente está cursando el Doctorado en Filosofía en la UNAM. Cuenta con una especialidad en impresión gráfica y grabado por la Scuola Internazionale di Grafica di Venezia y con más de 50 artículos publicados sobre arte y filosofía. En 1995 fue una de las fundadoras de la Editorial Tule Multimedia, empresa pionera en la edición electrónica. Ha trabajado por más de veinte años en el campo del diseño editorial a través de la empresa de servicios editoriales TripleG: Arte y Diseño. Fue una de las fundadoras y colaboradora de la revista electrónica sobre artes visuales Réplica21. Actualmente es la fundadora y coordinadora editorial de El Rizo Robado.

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