Certezas / Incertidumbres

Jeannette Betancourt / Texto de Víctor Sánchez Villarreal

Junio, 2021

 

En la obra de Jeannette Betancourt se manifiesta una doble y acuciosa sensibilidad, tanto para las formas como para los problemas que aquejan a nuestra sociedad. Con una sólida formación como escultora, no le basta entregarse al juego sensible de las formas, sino que le es necesario imbricar e implicar su práctica con el momento histórico, pero sin perder de vista que toda reflexión o compromiso debe hacerse a través de la imagen y no diluyéndola en alguna forma de activismo, como lamentablemente ocurre en la práctica artística contemporánea.

 

Quizás la poca efectividad transformadora del arte contemporáneo radica en su desdén por la forma y en su uso instrumental de las imágenes. Una brillante argumentación y una lógica impecable podrán hacer brillar al discurso y dotarlo de las mejores armas de convencimiento; pero las imágenes tienen otra lógica de operación y diferentes maneras de asimilación: no a través de la concatenación del hilo argumental, sino mediante un proceso inductivo mucho más sutil, menos evidente y rastreable, pleno de analogías, correspondencias y zonas obscuras, pero -tal vez- de un impacto mucho más duradero. Las imágenes no convencen, seducen; hacer de ellas un manifiesto de buenas intenciones es, cuando menos, dudoso. Si dejamos que respiren, si no las coartamos con un programa, todo puede suceder. Y si algo caracteriza a la obra de Jeannette es que las imágenes no son accesorias, sino indispensables para la reflexión que cada pieza o proyecto pretende suscitar. Tenemos, pues, una obra que se mueve en dos registros complementarios, sin coartar ni sacrificar ninguno.

 

En una primera instancia es fácil asimilar algunas de las piezas que conforman esta exposición a una estética postminimalista (Sofisma o Los incontados) y una lógica escultórica; pero esa lectura queda desmentida al leer los títulos, que sirven como agente detonante de lecturas no previstas. Hay aquí la consabida estrategia del engaño: una obra que a primera vista parece apelar a una mera delectación estética, en una segunda lectura demuestra ser otra cosa y solicitar del espectador una actitud distinta. Y no es sólo el título lo que detona el cambio, sino que la forma misma de las piezas tiene sus trucos y trampas incómodos. Así, por ejemplo, en Orografía inversa una aparente pintura abstracta con líneas concéntricas descendentes resulta ser, en realidad, la vista aérea de una mina, con su excavación escalonada en un patrón de talud y tablero, clara marca de la desmedida explotación de recursos naturales y sus nefastas consecuencias: contaminación y despojo. Los incontados ofrece un aspecto serial limpio y agradable que queda contrariado al reconocer los rostros obnubilados e invisibilizados de los desaparecidos. Una inocente serie de patrones numéricos se tornan inquietantes al descubrir que llevan por título Dos mil veinte y al percatarnos de que su secuencia es la trascripción del momento presente -el año 2020- en sistema binario y que están elaborados sobre tarjetas de crédito caladas a mano: un amargo recordatorio no sólo de que toda delectación estética, hasta la más pretendidamente pura, tiene un cordón umbilical 1 económico que la posibilita, sino también de cuán condicionados estamos tanto por el sistema financiero como por los medios tecnológicos que circunscriben y determinan nuestra vida laboral y social. Así también en Inocuo, donde patrones aparentemente geométricos y formales que podrían obedecer a un impulso gráfico y compositivo, en realidad son segmentos de la cartografía urbana ejecutados no con tinta o carboncillo, sino con contaminantes recolectados en la calle por la artista.

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