La reina de la Naranja

Mayra Batalla Pavón

Abril, 2021

 

En la casa donde crecí con mi bisabuela Ángela y mi madre, siempre se empezaba el día con un café negro con azúcar. En una olla metálica grande mi bisabuela hervía café para todo el día, recuerdo que los asientos del café los tiraba en el patio trasero donde estaba el árbol de mangos criollos, era algo muy particular ese rinconcito, olía a café y un poco a mango y si te alejabas un poco más, estaba el plantío de epazote y entonces eso ya era todo un éxtasis, muchas veces he dicho que si existiera el perfume de epazote yo me lo pondría.

Amo los frijoles de olla con epazote que mi madre hace, en su casa los frijoles son igual de importantes como tener agua para beber. Casi todo lo que cocina lo acompaña con frijoles, ya sea recién hechos de la olla o refritos con manteca. Mi madre hace magia con los frijoles, me ha dicho tantas veces como hacerlos, incluso he estado pegada a ella mientras los guisa, pero nomás no logro ese sabor tan particular, que saben a madre y con madres.

Soy una romántica empedernida en la cocina, creo que lo heredé de las mujeres con las que crecí, ellas demuestran su amor a los demás cocinando, les encanta apapachar cumpliendo los antojos de los demás y yo simplemente no puedo hacer lo contrario.

No vayas a creer que son unas santas, a la hora de compartir recetas no son las más generosas, con las mujeres que no son de la familia obviamente, porque con sus hijas sí que lo son, es su herencia, su legado.

La manera como ellas son es peculiar, por un lado, se desviven atendiendo a los hombres de su casa, son la esposa perfecta y por otro lado se quejan de ellos, se quejan de todo lo que no hacen, de sus tratos, de lo que no les dan, de sus vicios y chingaderas y siempre esa burla sube de tono hasta hacerlos ver como unos papanatas y termina en carcajadas y bromas sobre ellos. Ponen música y aquello puede terminar en un baile de puras mujeres del cual he sido testigo muchas veces. De ellas aprendí a bailar, a bailar para ser feliz, a bailar para olvidar, a bailar para no llorar.

Ser mujer es una chingadera, dicen ellas, pero tu pon música y baila. Y si de otra cosa sabemos y muy bien es de música, somos como una rockola con patas, pero de música chingona como la de Pedro infante, Agustín Lara, Eydie Gormé, Los Panchos, Javier Solís, La Sonora Matancera, Wilie Colón, Celia Cruz, Toña la negra y ... ahí le voy a parar.

Nomás te voy a decir que cuando mis abuelas escuchan esta música siempre gritan ¡esto es música! y cuánta razón tienen.

Mi inicio como mujer, fue con miedo, con culpa, con mucha confusión, pero también con muchas ganas de saber qué era eso llamado la vida. Desde niña he sido curiosa, hablo fuerte y a veces o muy seguido la imprudencia se apodera de mí.

Algunas niñas y mujeres en repetidas ocasiones me han dicho que me siento "la muy muy" que me creo mucho y es que no las puedo contradecir, siempre estoy interesada en interactuar con la gente y que sepan de mí y por supuesto yo saber de la gente.

Me parece una gran pérdida no saber a profundidad sobre la gente que pasa por mi vida, me gusta escuchar lo que les duele y lo que los hace feliz y si tienen traumas o apetitos inusuales pues ya estuvo que tendrán mi atención por largo tiempo.

¿Del sexo? Hablemos...

Ha sido un largo camino llegar al placer.

Las mujeres de mi vida, de eso nunca hablaron más que para dejarme claro que si salía embarazada era mi pedo, que ellas ya habían tenido a sus hijos y no se iban a echar otro compromiso. Así que todo lo empecé a hacer a escondidas.

Y bueno... cuando no te previenen de nada todo es una sorpresa. A mí me empezaron a enseñar de eso, hombres mayores que yo, algunos mejor ni mencionarlos y otros son un recuerdo nada mas. Mis noviecitos, que si te digo que yo no sabía mucho de sexo ellos estaban más pendejos porque decían que sabían y a la mera hora pura desilusión, pobrecitos. Pero eso sí, eran lindos muy lindos y me querían mucho y yo a ellos. Me costó mucho trabajo y tiempo escuchar a mi cuerpo y no juzgarlo, de entrada, quererlo, quererlo un chingo porque mucho tiempo no lo quise y había que recompensar esa falta.

Para lograr la conquista del placer tuve que trabajar duro, indagar en lo que me hacía sentir culpa, desenmarañarlo y verlo de frente, observarlo, tomar lo que me hacía bien y lo demás a chingar a su madre que ya mucho jodió.

Me volví más liviana y con eso llegó el orgullo por ser quien soy, que placentero es abrazar tu historia, tu gente, tus raíces.

La reina de la naranja es mi ofrenda a todo este recorrido.

 

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