Me levanté mucho más temprano de lo necesario, era uno de esos días en que la amenaza de lluvia era inminente y, entre el frío y el nerviosismo, me temblaba el cuerpo entero. Llegada la hora, tomé mis notas y volví a repasar por enésima vez las preguntas que le haría. Conseguir la entrevista con el gran filósofo del momento fue el resultado de una absoluta y afortunada coincidencia que le debo a mis paseos por la Universidad de Leiden, donde Derrida estaba impartiendo una serie de conferencias, un tropezón, papeles volando y unas cuantas risas.
Llegué 15 minutos antes, pensando que tendría unos minutos para calmar mis nervios, sin embargo, ahí estaba él, cómodamente sentado en el café que yo misma sugerí. Me acerqué tímidamente y me presenté.
– Hola, soy Gabriela, me alegra muchísimo que haya aceptado esta entrevista, sé que tiene un poco de prisa, así que prometo que será breve…
Y esbocé una sonrisa que se parecía más a un gesto de súplica.
– Hola Gabriela, debo advertir que me cuesta improvisar, sobre todo en inglés, no puedo evitarlo, soy monolingüe. Pero hay que aventurarse en el ejercicio de pasar las palabras para facilitar un camino más bien imprevisible. Nuestras palabras tendrán que marcar más de un ángulo, tendrán que desdoblarse, practicar la interrupción al tiempo que se articulen entre sí.
GG: Justo quisiera empezar por el tema del monolingüismo, si le parece bien. Verá, yo llevo viviendo en Holanda un par de años y lo más difícil ha sido la frontera del idioma. Afortunadamente casi todos hablan inglés, pero ello significa que toda conversación (así como esta misma) ambos hablamos en un idioma que no es el propio y, usted mismo ha dicho, que la traducción es una tarea tan imprescindible como imposible. ¿Qué es lo que nos sucede al momento de la traducción? ¿Será que nos convertimos en Otro cuando hablamos Otra lengua?
JD: Primero hay que entender que la lengua materna, es como la madre misma, la experiencia misma de la unicidad absoluta que sólo puede ser reemplazada porque es irreemplazable, traducible porque es intraducible. También hay que recordar que nuestra cuestión es siempre la identidad. Ese concepto que siempre se presupone dogmáticamente en tantos debates sobre el monoculturalismo o el multiculturalismo, sobre la nacionalidad, la ciudadanía, la pertenencia en general. Por otro lado, hay que pensar que el cuerpo de la palabra tiene que ser hasta tal punto inseparable del sentido que la traducción no pueda, sino perderlo. Ahora bien, paradoja aparente, los traductores se han interesado mucho más por mis textos que los franceses, han intentado reinventar en su lengua la experiencia que acabo de describir.
GG: ¿Sería como si el registro de la propia voz cambiara dependiendo de la lengua en que se habla?
JD: La palabra soplada es también el dictado de voces plurales (masculinas y femeninas). Se encabalgan, se entrelazan, se reemplazan. Siempre más de una voz que dejo resonar con diferencias de altura, timbre y tono: otros tantos hombres o mujeres que hablan en mí. Que me hablan. Como si me arriesgara entonces a aceptar la responsabilidad de una especie de coro al que de todos modos debo hacer justicia. Refrendando, para confirmarlo, en el encuentro o en contra del otro, aquello que me llega de más de uno o más de una. Intervienen también otros inconscientes, o las siluetas de destinatarios conocidos o desconocidos, para los que hablo y que me dan la palabra, que me dan su palabra.
GG: ¿Es por ello que no hay salida para librarnos del "trastorno de la identidad"?
JD: Bueno, en ese caso hablaba de una experiencia personal (que quisiera pensar que es personal más no individual). Ser franco-maghrebí, serlo "como yo [moi]" delata, en principio, un trastorno de la identidad. Era una alusión a la ciudadanía que perdí durante varios años sin tener otra y después recuperé. Pero ciertamente una ciudadanía en esencia no crece, así como así. No es natural, sin embargo, existe una relación inseparable entre el nacimiento, la lengua, la cultura, la nacionalidad y la ciudadanía. Pero para mi siempre hay, y creo debe haberlo, más de una lengua, la mía y la otra y me es necesario escribir de modo tal que la lengua del otro no sufra la mía, que me sufra sin sufrirla, que reciba la hospitalidad de mi lengua sin perderse o integrarse a ella.
GG: En ese mismo orden, pienso en la relación que ha elaborado con respecto a la relación entre hospitalidad y hostilidad…
JD: Justamente, porque quien es hospitalario, y no sólo con respecto al tema de la inmigración, sino en general, está abierto a todo y al final se pierde, entonces puede generar hostilidad. Hablo de una hospitalidad que anula al sujeto que la ofrece, o sea, una hospitalidad tan abierta que termina por destruir al sujeto, y esto no es cuestión de números, sino quizá de la manera en que se acoge al otro. De ahí́ de que, si bien el principio de hospitalidad absoluta ordena, hace incluso deseable una acogida sin reserva ni calculo, una exposición sin límite al arribante. Una comunidad cultural o lingüística, una familia, una nación, no pueden no poner en suspenso, al menos, este principio de hospitalidad absoluta. Pero no hay que olvidar que la hospitalidad empieza precisamente con el lenguaje y, por tanto, con el pedir al extranjero que entienda y hable nuestra lengua para ser aceptado.
GG: ¿Podríamos decir entonces que cuando se habla en otra lengua, cuando se traduce, se articula al mismo tiempo un proceso de deconstrucción?
JD: La deconstrucción no es sólo -como su nombre parecería indicar- la técnica de una "construcción trastocada", puesto que es capaz de concebir, por sí misma, la idea de construcción. Se podría decir que no hay nada más arquitectónico y al mismo tiempo nada menos arquitectónico que la deconstrucción. Pero tampoco es un método, no es algo que pertenece a la subjetividad y que sea aplicado desde fuera, como si se tratase de una herramienta, es más bien un conjunto de estrategias que buscan desmantelar una cadena de pedazos textuales que aparecen aparentemente como una estructura perfectamente articulada y plena de sentido. La deconstrucción más rigurosa no se ha presentado nunca. El peligro para una tarea de deconstrucción sería antes bien la posibilidad, y convertirse en un conjunto disponible de procedimientos regulados, de prácticas metódicas, de caminos accesibles. En este sentido todo texto es un material de trazas, de trazos, de rastros, de huellas, que se entretejen remitiéndose unos a los otros, dentro y fuera, al mismo tiempo, de sus limites en cuanto texto.
GG: Es decir que la escritura no se limita a una mera definición lógica o analítica, sino que es comprendida en un registro gramatológico, como un proceso de estructuración del "sentido" de la escritura.
JD: Algo parecido, en la "escritura", entre otras cosas, se designa cierto modo de apropiación amante y desesperada de la lengua, y a través de ella, la venganza amorosa y celosa de un nuevo adiestramiento que intenta restaurar la lengua, y creo que reinventarla a la vez que darle por fin una forma, al mismo tiempo, la deforma, la reforma y transforma y así hasta hacerla pagar el tributo de la interdicción.
GG: Ya veo, es sentirse cómodo, pero al mismo tiempo incómodo, con ese sentimiento de lo extraño, el unheimlich; aquí en Holanda es notorio como están separados los grupos de inmigrantes, aún aquellos que han nacido en Holanda pero si alguno de sus padres es Turco, Marroquí o Árabe, nunca llegarán a ser Dutch-Dutch, como ellos mismos dicen, y la única manera que ellos tienen para demostrar su ciudadanía es porque hablan perfectamente el holandés: La lengua del amo.
JD: Sabemos que toda cultura es originariamente colonial y se instituye por la imposición unilateral de una alguna "política" de la lengua. La dominación, es sabido, comienza por el poder de nombrar, de imponer y de legitimar los apelativos y de ahí que el monolingüismo del otro será en primer lugar esa soberanía de esencia siempre colonial y que tiende, reprimible e irreprimiblemente, a reducir las lenguas al Uno, es decir, a la hegemonía de lo homogéneo.
GG: O sea, que, en realidad nunca se habla más que una sola lengua…
JD: Así es, nunca se habla más que una lengua, y ésta, al volver siempre al Otro, es, disimétricamente, del Otro, el Otro la guarda. Venida del Otro, permanece en el Otro, vuelve al Otro.
GG: Siendo así, le agradezco muchísimo esta conversación en la que, hablando yo en una lengua que no es mi lengua, lo estoy obligando a hablar en una lengua que no es su lengua y que ambos no habitamos.
JD: Al contrario, agradezco a usted su tolerancia a mi apego al francés que tiene formas que a veces considero "neuróticas". Me siento perdido fuera del francés, y sí, leo en alemán, puedo enseñar en inglés, pero mi apego a la lengua francesa es absoluto. Inflexible. No es que cultive lo intraducible, pero la economía poética del idioma siempre será, hasta cierto punto, intraducible. Podemos trasladar de una lengua a otra, palabra por palabra y traducirlo todo, pero al final, nos quedamos con una traducción laxa en el sentido laxo de la palabra "traducción". Es decir que, en un sentido, nada es intraducible, pero en otro sentido todo lo es, la traducción es otro nombre de lo imposible.
GG: Y añada usted la ironía de que esta conversación, además, la traduciré al español…
JD: ¡Mejor aún! Una de mis guías siempre es la intraducibilidad: que la frase se endeude para siempre con el idioma. No hay que olvidar que desde el principio está la palabra. A la vez nominación y vocablo. De ahí esa sensación sobrecargada: júbilo, misión cumplida al servicio de la lengua... y cierta irresponsabilidad.
Tras esas palabras me despedí del Maestro Derrida, con tristeza de haberme quedado con tantas preguntas que no tuve tiempo de hacer y quejarnos ambos del inhóspito clima de las tierras bajas europeas.
NOTA:
Las respuestas son las propias palabras de Derrida, tomadas de las siguientes obras:
Derrida, Jaques,
Psyché. Inventions de l' autre, París. Paris: Galilée, 1987.
Derrida, Jaques,
Parages. Paris: Galilée, 1986.
Derrida, Jaques,
El monolingüismo del Otro. Versión electrónica.
Armel, Aliette,
Entrevista con Jaques Derrida y Helène Cixous, publicada en
La Vanguardia, 28/07/2004.
Sobre Los autores
Gabriela Galindo (CDMX,1962). Estudiosa del arte y la filosofía. Tiene la Maestría en Filosofía y actualmente está cursando el Doctorado en Filosofía en la UNAM. Cuenta con una especialidad en impresión gráfica y grabado por la Scuola Internazionale di Grafica di Venezia y con más de 50 artículos publicados sobre arte y filosofía. En 1995 fue una de las fundadoras de la Editorial Tule Multimedia, empresa pionera en la edición electrónica. Ha trabajado por más de veinte años en el campo del diseño editorial a través de la empresa de servicios editoriales TripleG: Arte y Diseño. Fue una de las fundadoras y colaboradora de la revista electrónica sobre artes visuales Réplica21. Actualmente es la fundadora y coordinadora editorial de El Rizo Robado.
Jacques Derrida (El-Biar, Argelia francesa, 15 de julio de 1930-París, 8 de octubre de 2004) Filósofo francés de origen argelino, conocido popularmente por desarrollar un análisis semiótico conocido como deconstrucción. Es una de las principales figuras asociadas con el posestructuralismo y la filosofía posmoderna. Lo revolucionario de su trabajo ha hecho que sea considerado como el nuevo Immanuel Kant por el pensador Emmanuel Lévinas, o el nuevo Friedrich Nietzsche según Richard Rorty.1 Es, acaso, el pensador de finales del siglo xx que más polémicas ha levantado, por su iconoclasia y por su empeño crítico. Algunos consideran, que este logró realizar el sueño nietzscheano del filósofo-artista.(Wikipedia)
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