En visitas ocasionales a la Ciudad de México mis hermanos y yo nos encontrábamos con mis primos Ávila Ríos para jugar futbol cerca del Parque de la Hormiga, en Chapultepec. La escuadra más memorable que enfrentamos contaba con dos jugadores armados con cadenas. Los recordaríamos como el equipo del Gran Bazar, por el estampado que uno de ellos tenía con ese nombre en la camiseta. Ese fue el único encuentro que tuve de niño con chavos banda. Fue solo deportivo: para nuestra fortuna sus instrumentos de guerra permanecieron en la banca. Yo estudiaba entonces en el Colegio Humboldt de Puebla. Fui conminado a leer a Heinrich Böll para hacerme acreedor al diploma que otorgaba el gobierno alemán para ser reconocido como germanoparlante. Recuerdo a Katharina Blum, personaje de Böll, que fuera llevado por Volker Schlöndorff y Margarethe von Trotta a la pantalla grande. Katharina pasa una noche con un hombre al que acaba de conocer en una fiesta, sin saber de las sospechas que involucran a su acompañante de unas horas en distintos delitos. El encuentro será usado por la prensa y la policía para crear un escándalo mediático que destroza la reputación de la joven Blum, quien luchará a lo largo del relato para defenderla. Como en «El honor perdido de Katharina Blum» en cualquier rincón del planeta la prensa sensacionalista sigue ejerciendo su poder para crear cortinas de humo que distraen la atención de sus lectores, sin miramientos para pisotear la integridad de ciudadanos comprometidos con la sociedad o desarticular iniciativas que la hayan favorecido. Una expresión antagónica a esa prensa tergiversadora la encontramos en México en «Ojos de perro contra la impunidad», AC conformada por periodistas, cineastas, fotógrafos, novelistas y músicos que empeñan sus talentos para hacer del cine y el periodismo instrumentos para implementar proyectos de investigación, comunicación y docencia con enfoque temático en impunidad, desigualdad, corrupción, abusos de derechos humanos y contra grupos vulnerables, las amenazas contra el medio ambiente y la violencia a partir de sus causas. A través del poeta y comunicador Alejandro Ortiz González, integrante de esa Asociación, fui invitado para donar una obra artística que sería otorgada como trofeo dentro del Festival de Cine de Barrio (FECIBA). En su segunda edición en diciembre de este año, se escogió Iztapalapa como sede del Festival, por ser la alcaldía más poblada de la capital, con casi dos millones de historias que contar. La colaboración de las comunidades barriales, el apoyo de público, aliados y patrocinadores** ha expandido las audiencias del FECIBA, lo que sin duda habrá de impactar circuitos de barrio en otras latitudes dentro del país, incentivando la producción de narrativas locales. Sin conocer las vocaciones del Festival o de la AC, acepté a ojos cerrados la invitación de Alejandro, quien además de haberme brindado por décadas su amistad me ha incluido en algunas de sus iniciativas, tan urgentes como innovadoras para el beneficio de causas sociales y medioambientales. En concreto puedo referirme a la defensa de los humedales de Xochimilco y a un seminario de arte y agroecología, convocado entre otras instituciones por la UNAM. Para ese seminario Ortiz González fue piedra angular. Mi satisfacción sería mayúscula el día de la premiación: el trofeo de «Ojos de perro» al mérito periodístico, quedaría en manos de Verónica De La Luz por su documental «Sin tantos panchos». El mismo filme fue acreedor al «Premio Coyote» otorgado al primer lugar del Festival. Verónica revisó todo el material fílmico que ha intentado descifrar el fenómeno de las bandas: desde el relato vivencial hasta el análisis sociológico, pero además se involucró en sensibles entrevistas con los directores de ese material, así como con sus actores, que durante la adolescencia fueran tachados por la prensa como azote de la sociedad. Si bien hubo enfrentamientos que culminaron en tragedia, los mayores delitos de aquellas bandas juveniles consistieron en engrosar las filas de desempleados de un país con una inflación del 150%, clamar por espacios de esparcimiento así como por quedar libres de la represión y extorsión policiaca además de sacudirse de la difamación mediática. Las bandas se movían poco fuera de sus propios barrios. Más allá del mito o de la denostación el evento más relevante que las involucró de manera orgánica a todas, fue la participación en el rescate de víctimas del terremoto de 1985. Me parece una paradoja traer a la memoria mi formación trilingüe y reconocimientos de gobiernos extranjeros, cuando en la capital y en prácticamente todas las latitudes del país los niveles de desempleo eran apenas equiparables con la incapacidad para ofrecer educación a un espectro vastísimo de la población. Ningún sector sabía qué hacer con esos jóvenes: de allí que fuera natural que se agruparan en bandas. Mi condición de privilegio me habría impedido dimensionar los matices de este drama nacional si los hubiera palpado de cerca. Lo cierto es que me conmueve imaginar cual ejércitos de hormigas, aquellas hordas de muchachos –morros y morras– organizados en sus tareas de rescatistas removiendo escombros. Verónica de La luz lo entendió en toda su dimensión y tuvo el talento para mostrárnoslo. «Sin tantos panchos» se pliega de forma soberbia a la misión del FECIBA: ser un pretexto para reconstruir el tejido social, haciendo un llamado contra la violencia. Como reza su objetivo, está consiguiendo que el cine se convierta en una verbena popular donde las comunidades se ven reflejadas y se apropian de la oferta cinematográfica. *Artista Visual | Premio al Mérito Ecológico de la Semarnat 2017 Mauricio Cervantes (CDMX, 1965). Durante las primeras décadas de su producción artística se concentró exclusivamente en la obra de caballete. La pintura fue permeando otras expresiones hasta culminar en sus complejos escultóricos de tierra cruda, erigidos con procesos de la arquitectura vernácula. Interactúa con cómplices de variadas disciplinas, siendo permacultores, bio-constructores y ambientalistas sus asesores más socorridos. A partir de 2012 todos sus proyectos giran en torno a fenómenos de agendas medioambientales. Galardonado en varias ocasiones por el FONCA, cuenta también en su haber con un reconocimiento del INBA y el Premio al Mérito Ecológico de la Semarnat. Rubrica sus colaboraciones artísticas con el sello de Matria Jardín Arterapéutico. Entonces... ¿qué te pareció?
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Nunca supimos a qué banda pertenecían, si no Panchitos, probablemente eran BUK; con el tag de éstos, los muros de Escandón y Tacubaya estaban profusamente grafiteados a principios de los 80. Un cuarto de siglo después, compartiría yo la mesa en alguna fonda cercana a la Lagunilla con la curadora de arte Paola Santoscoy, quien me presentó con El Concha, antiguo miembro BUK, que no sucumbió a las drogas o a las batallas campales de su banda. Se ganaba la vida dignamente como tatuador y nos confesó que el acrónimo BUK ocultaba detrás de las Bandas Unidas Kiss, el verdadero significado de Boys United to Kill. Fuera de las películas de pandillas, daría yo crédito difícilmente a enfrentamientos reales con armas blancas, de jóvenes por docenas, que se daban sin tregua cuando eran invadidos en sus territorios por miembros de otras bandas. Violento, sí, aunque más allá de atracar algún tendejón para organizarse las caguamas y los cigarros, difícilmente delinquían contra otros blancos que no fueran sus adversarios.
Cartel de FECIBA
Jorge García Robles, autor de ¿Qué transa con las bandas?
** Fue hasta después de escribir el presente texto, que descubrí que entre los patrocinadores del Festival se encuentra la Fundación Heinrich Böll.
FOTOGRAFÍAS: Cortesía de Verónica de la Luz
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