Dicen que a los mexicanos nos encanta hablar de la muerte. Cargamos con nuestra calaverita en el costado izquierdo, le hablamos en secreto y hasta nos mofamos de ella; la llamamos de mil maneras: la Calaca, la Catrina, la Huesuda, la Parca, la Dientona, la Flaca, la Pálida, la Pelona y hasta la tía de las muchachas y la chingada tienen un referente mortuorio. Octavio Paz, en el Laberinto de la Soledad, dice atinadamente: "El mexicano frecuenta a la muerte, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor permanente". Paz nos habla de cómo el mexicano desprecia a la muerte, a la vez que la venera, y piensa que cada quien recibe la muerte que se merece. Con este tema metido en su esqueleto, Miguel Ángel Corona, a quien muchos reconocen como El Reynito, presentó el pasado mes en la Casa de Cutura de la UAEM, la exposición titulada "La muerte desatada", integrada por dibujos, proyectos imaginarios, instalaciones y fotografías intervenidas. Gabriela Galindo Miguel Ángel Corona (El Reynito). Agitador cultural, artista visual, museógrafo y generador de proyectos interdisciplinarios para fortalecer el mercado del desarrollo de la sensibilidades. Gabriela Galindo (1962, Ciudad de México). Estudiosa del arte y la filosofía. Tiene la Maestría en Filosofía y actualmente está cursando el Doctorado en Filosofía en la UNAM. Ha publicado casi un centenar de artículos sobre arte y filosofía en revistas y portales nacionales. Cuenta con una especialidad en impresión gráfica y grabado por la Scuola Internazionale di Grafica di Venezia. En 1995 fue una de las fundadoras de la Editorial Tule Multimedia, empresa pionera en la edición electrónica. Ha trabajado por más de veinte años en el campo del diseño editorial a través de la empresa de servicios editoriales TripleG/Arte y Diseño. Fundadora y colaboradora por casi 20 años de la revista electrónica sobre artes visuales Réplica21. Actualmente es la fundadora y directora de la publicación El Rizo Robado. Entonces... ¿qué te pareció?
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En sintonía con nuestros ancestros, los antiguos habitantes del Anáhuac, Corona hace alusión a la idea de que la vida y la muerte se perciben como procesos de asociación y disociación entre elementos corpóreos y etéreos, como cuerpos que sirve como depositarios de entidades anímicas o espíritus déicos [1]. Al morir, había no sólo un mundo más allá, sino muchos, y el destino final dependía no de ser buenos y píos en esta vida, sino por la forma en que se moría. De esta manera, para los guerreros caídos en el campo de batalla o las mujeres que morían en el parto, estaba asignado un mundo luminoso y amplio (Tonatiuhcan o paraíso de Huitzilopochtli); pero también había un lugar reservado para los que morían por causas relacionadas con el agua (Tlalocan o el paraíso de Tláloc, Dios de la lluvia); otro para los niños que morían al nacer y por último aquellos "inframundos" (en realidad no existía el concepto católico de infierno), donde en lugar de llamas o diablos terroríficos, a lo que se enfrentaban aquellos que no alcanzaban la muerte luminosa, era el mundo de "la nada", un espacio vacío, estéril y carente de todo.
En cierto modo, El Reynito sugiere ese modo ancestral de cultivar la dualidad vida-muerte, pero ya no a través de sacrificios, sino de sugerentes imágenes e instalaciones que nos permitan mantener el equilibrio, donde la representación de la muerte es la forma para recordarnos vivos.
Juan Rulfo, en una de las pocas entrevistas que el escritor concedió en su vida,[2] comentó atinadamente que el sincretismo religioso en México, fue un logro étnico, más no ideológico. "La conquista espiritual de México es una gran hazaña, una de las más grandes hazañas en la historia del país, pero se quedó a medias. Parte del pueblo quedó mitad cristiano, mitad pagano".
Así, mitad católico y mitad pagano, en México el culto a la muerte ha prevalecido como un rito, una cultura y una festividad. Hasta cierto punto, la iglesía católica permitió la participación ritual de la comunidad en el culto a la muerte, junto con otros ritos casi-paganos, pues de esa manera podía mantener cierto control regulador de la sociedad.
Santísima Muerte de mi salvación,
no me desampares de tu protección"
En muchas culturas la muerte siempre tiene un carácter tenebroso, pero para nosotros la calaca vestida con colores como el rojo para el amor, el blanco la suerte, y el negro para la protección. Corona nos presenta a esa Muerte, con la que hablamos, le rezamos convivimos y, una vez al año, la invitamos a casa a cenar y beber.
Sin duda, la muerte, es una presencia recurrente y profundamente arraigada en la cultura del mexicano. Necesitamos a la muerte para que nos cuide de la muerte, necesitamos a la muerte para que nos guíe y no morir, necesitamos a la muerte porque, sin ella, no estaríamos vivos.
Noviembre, 2020
[1] Iván Romero Redondo, investigador del Centro del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
[2] Publicada en el suplemento "Cultura y Nación" del diario Clarín de Buenos Aires, el 13 de septiembre de 1979.
Me pinto mi calaverita
Evanescencia de la muerte
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