Los argonautas de Jason Foster

Mauricio Cervantes*

Diciembre, 2020

Con el tiempo se encuentran más evidencias sobre navegantes del Viejo Mundo que arribaron a las costas americanas antes de 1492. Mientras tanto, las voces de los pueblos originarios resuenan con mayor vigor, acompañadas con el batir de sus tambores y cinco siglos de resistencia.

Fue durante un simposio sobre Diversidad Biocultural y Resiliencia de Sistemas Socio-Ecológicos, donde supe de la coincidencia, casi milimétrica, que resulta de yuxtaponer dos mapas: el de las zonas de mayor biodiversidad en el planeta, el primero, y el de las regiones donde habitan los grupos humanos en mayores condiciones de pobreza, el segundo.

Paradójicamente, es en esas zonas donde viven los encargados de resguardar los reductos naturales de la Tierra: en nuestro continente su memoria ancestral se conserva a pesar de la debacle iniciada por Colón y los exploradores que le sucedieron hace más de medio milenio.

Es difícil disociar las expediciones marítimas del pillaje y el exterminio, si bien la historia de la navegación es un hito cultural que merece tanta atención como el de la domesticación de granos. Es especial mi reconocimiento para aquellos marineros cuyo móvil de conquista no ha sido otro que la expansión del conocimiento y el crecimiento personal.

Las historias de embarcaciones y marinos figuran en las mitologías de prácticamente cualquier rincón del planeta, en los mundos de vivos y muertos.

Se recogen testimonios sobre navegantes escandinavos que llegaron a la actual Terranova en el siglo XI, de Zheng He, militar, marino y explorador chino que recorrió todos los mares de su tiempo llegando a nuestro continente un siglo antes que Colón y del Abubakari II, monarca del Imperio de Mali que hace siete siglos cruzó el Atlántico para llegar a lo que hoy es Centroamérica. En México, una de las culturas más abocadas a los desplazamientos lacustres y marinos es la de los ikoots –o huaves– del Istmo de Tehuantepec. La hipótesis más referida sobre su procedencia cuenta que llegaron del actual territorio de Nicaragua, aunque otros estudios apuestan por un origen ubicado por debajo de la línea ecuatorial.

Lo que nunca imaginé, es que un representante de la zaga naval helénica tocaría a mi puerta un día. Si no él, al menos uno que compartía con el capitán de los argonautas, el nombre y el oficio. Enviado por amigos comunes, Jason llegó a mi casa en Oaxaca, con su esposa y con sus hijas. En esa época estaba yo trabajando en los bocetos de mis primeras embarcaciones de arcilla cruda. Quedé intrigado con el comentario de mi huésped, el navegante y fabricante de barcos Jason Foster, sobre la canoa de tierra cruda que iba tomando forma en mi taller: ¿La harás flotar?

Tan sorprendida quedó su familia cuando les dije que la idea era suspenderla, como yo cuando Jason me narró la historia de un barco de papel que cruzó el Atlántico hace cuarenta años.

Cursando apenas sus veintes, Aruna Piroshki y Wayland Combe Wright decidieron recorrer el mundo. Después de cuatro años de seleccionar los mejores libros de barcos, navegantes y rutas de las bibliotecas públicas de Londres, confeccionaron a Taulua, su doble canoa de inspiración irlandesa y polinesia. Además de la madera que erigiera su casa y un árbol que ellos mismos cortaron, bastaron papel, tela y alquitrán para fabricar el catamarán que usaron durante diez años.

Antes de zarpar del puerto de Bristol se sumaría a la tripulación su hija Kaerolik, apenas nacida. Ocho años después llegarían a Bahía de Banderas, en el estado mexicano de Nayarit, donde siguen viviendo, intercambiando productos, pero sobre todo experiencias y conocimientos con integrantes de una nación que funde sueños y realidades como ellos: la de los huicholes. Durante la travesía pararon en distintos lugares: Tenerife, Puerto Bello en Panamá, Nicaragua… en Costa Rica establecieron un astillero donde compartieron sus conocimientos durante cuatro años con los pescadores locales.

Aún no me he visto en los ojos de estos insólitos navegantes, pero su historia, de manera inconsciente, fue depositada con las caricias de mis manos en la arcilla de las primeras maquetas de mi canoa voladora: en la que me encontró trabajando Jason el día de su visita.

Mi embarcación evoca en principio el Arcano 7, la carta del Tarot que alude a la acción y el movimiento. Una bicicleta está anclada a uno de sus costados. Suponemos que ni la bicicleta ni la canoa avanzan, hasta que recordamos que somos uno con el planeta cuando somos conscientes del espíritu contenido en la tierra en perpetuo movimiento.

La tierra es cruda… y sin embargo se mueve: el juego de conceptos en el título de mi canoa voladora alude a la posición que Galileo sostenía en contra de los dogmas instituidos por la iglesia, sobre el movimiento de la Tierra con relación al sol. La historia y la ciencia le darían la razón al astrónomo italiano.

Con una actitud cuasi dogmática la mercadotecnia ha conseguido que al menos cinco generaciones hayamos creído que la solución para satisfacer las necesidades de vivienda está en los materiales industrializados derivados –en gran medida– de los hidrocarburos, del mismo modo que los zares de la agroindustria han querido convencernos del uso de semillas y polinizadores transgénicos como alternativa para darle de comer a los seres humanos.

Las verdaderas respuestas para dar cobijo y sustento a los pasajeros que transitamos con el planeta están en el respeto a la tierra, al agua y a los procesos que contemplan un uso moderado de los recursos, en contra de su extracción insostenible. Es urgente definir nuevas rutas de navegación: bregar hacia puertos donde imaginación y realidad se fundan, amalgamados por una ética como la de aquellos pueblos originarios que se comprometen con la salvaguarda de todas las especies, así como de sus ecosistemas.


Oaxaca, Noviembre 8 de 2020
* Artista visual. Premio al Mérito Ecológico de la Semarnat 2017.
cervantesmauricio@gmail.com

Sobre el Autor

Mauricio Cervantes (CDMX, 1965). Durante las primeras décadas de su producción artística se concentró exclusivamente en la obra de caballete. La pintura fue permeando otras expresiones hasta culminar en sus complejos escultóricos de tierra cruda, erigidos con procesos de la arquitectura vernácula. Interactúa con cómplices de variadas disciplinas, siendo permacultores, bio-constructores y ambientalistas sus asesores más socorridos. A partir de 2012 todos sus proyectos giran en torno a fenómenos de agendas medioambientales. Galardonado en varias ocasiones por el FONCA, cuenta también en su haber con un reconocimiento del INBA y el Premio al Mérito Ecológico de la Semarnat. Rubrica sus colaboraciones artísticas con el sello de Matria Jardín Arterapéutico.




 

 

 

 





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