
Zoe Valdés
“La máscara es la impasibilidad, pero detrás de la
máscara hay un rostro vivo y atormentado”.
Octavio Paz.
Todo lo que hay que observar es un hombre abrazado a su propio rostro. Un hombre que camina en puntillas dentro de la mirada licuada, y a veces se acuesta en posición fetal, a descansar en ese interior enigmático, hundido e infinito dentro de su apacible mirada. Un rostro tragado por el hombre. O el hombre devorado por su cara. Cual el árbol japonés del cerezo engullido por las tumbas de un cementerio.
Es un hombre sereno que sondea su identidad a través del movimiento y su deseo. El deseo dibuja un circulo sombreado alrededor de sus labios. En sus pupilas ondula el verdor del océano donde habitaron las Límulas antes del rostro, a veces el agua rutila turbulenta.
Antes del rostro, donde ya existió sin escribirse la gran poesía. Mucho antes de las huellas del tiempo y de las lágrimas. Límulas marcando con un azul intenso la trayectoria del riachuelo en la cicatriz, ¿o es una arruga? ¿O es una oruga que con su lentitud irá pautando el tempo de la letanía?
Todo es letanía en la obra de Saúl Kaminer, letanía ancestral, originaria de diversas culturas, reunidas y detenidas en el núcleo de su feudo: la pasión y el conocimiento. Juntos aunque contrarios. Todo es tierra, agua y luz. Todo es ritmo, compás telúrico; “música de las esferas” que escribiría el poeta Pedro Salinas, en su inmensidad artística y científica.
La vida y su doble, la muerte, hierven en el ombligo del tótem imaginado y eternizado, moldeado por una estela láctea en perenne contoneo. Y la sonrisa se insinúa concreta en la abstracción precolombina de lo que silencia la pátina envejeciendo la mueca de la máscara.
La historia pesa en el hilo de la memoria. La historia abrumadora del éxodo y su contorno de emociones inexploradas donde se adivina la búsqueda arqueológica, allá en la más sagrada de las constelaciones, en donde también anida el aplomo y la duermevela. Y claro que, como escribió otro poeta, Charles Simic: “Esto es la gran poesía. Una magnífica serenidad frente al rostro del caos”.