Yoga en la cárcel

Yoga en la carcel

Cecilia Olivares

Mayo, 2020

En estos tiempos que nos está tocando vivir, muchas personas hemos descubierto que podemos seguir clases de yoga por zoom encerrad@s en nuestras casas; y si siempre lo hacíamos porque nos hacía sentir bien, ahora lo apreciamos tres veces más por la oportunidad que nos da para centrarnos, respirar con conciencia, estirarnos, equilibrarnos, abrirnos, todo en el momento presente, olvidadas por un rato la extrañeza y la angustia que vivimos –de manera latente o manifiesta– todos los días.


Hace 11 años se estrenó Interno, documental de Andrea Borbolla, y realmente vale la pena verlo o volverlo a ver (más abajo puden verlo completo). 


Ver cómo unos veinte hombres vestidos de amarillo, cada uno sobre su tapete de yoga, hacen el saludo al sol. Se inclinan, se estiran, se colocan boca abajo, juntan sus manos en postura de oración. Los ojos abiertos, la mirada dirigida hacia adentro como en cualquier clase de yoga, sólo que estos hombres son internos del Cereso de Morelos, en Atlacholoaya.


Después de su clase, regresan a los corredores de la prisión, a su celda, sin temor ya a ser agredidos porque “el yoga es para homosexuales”, como han opinado casi todos cuando se les ofrecen las clases de yoga.  En Interno, lo que importa no es la vida cotidiana de los presos, aunque tenemos atisbos de ella –cuatro hombres en cada celda, cierta libertad de movimientos, talleres de teatro y de literatura, convivencia con las presas de la vecina penitenciaría de mujeres–, sino la transformación que se opera en ellos a partir de las clases que reciben en un patio con vista a un espacioso jardín, gracias a la iniciativa de Ann Moxey. En India, varias ciudades de Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia ya se había llevado el yoga a las cárceles con buenos resultados, Moxey decidió que quería enseñar la disciplina en una cárcel mexicana y comenzó a hacerlo a mediados de 2003.


Si un@ se rinde a la práctica del yoga el resultado es un encuentro con nuestra naturaleza divina: paz, amor incondicional, claridad y libertad, diría el maestro Iyengar. Para Ann Moxey, maestra de yoga, psicóloga y especialista en adicciones, los presos que sufren de alguna adicción pueden encontrar la libertad si se lo proponen, así como pueden encontrar un camino de verdadera “readaptación” y “reinserción” cuando finalmente salgan libres. Pero incluso mientras siguen en prisión, su calidad de vida ha mejorado tanto en el plano físico, como en el emocional. Así, Carpinteiro uno de los internos protagonistas del documental, cuenta que su hijo al saber que estaba preso por homicidio comenzó a tenerle miedo; ahora después de varios años de dedicarse al yoga y de haberse liberado de la necesidad de consumir droga o alcohol a diario, su hijo puede abrazarlo sin sentirse atemorizado.


Tal vez uno de los momentos más entrañables de Interno es cuando vemos a Freddy en libertad, en su casa, platicando en la sobremesa y abrazando a su madre. Acusado de transportar droga recibió una condena de diez años que gracias al yoga, al teatro y la buena conducta se redujo a seis años y siete meses. Freddy es ahora instructor de yoga y da clases en diferentes penales.


La cineasta Andrea Borbolla –ella misma maestra de yoga y egresada del CUEC— logra definitivamente transmitirnos el planteamiento que la motivó: no todas las personas que están en la cárcel son “la escoria de la sociedad”: cuando se pone en sus manos una posibilidad que no conocían, existe la probabilidad de que aflore lo mejor de ellos. Y aflora, como puede verse en sus testimonios: sinceros, reflexivos. Admiten sus errores, se responsabilizan por sus actos, abren su corazón –sí en la cárcel–, practican yoga.


Interno- Andrea Borbolla- Producción del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), 2009.

 

 

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