brújula

Daniel Pelegrín

Abril, 2020

 


Nunca antes había vivido tanto tiempo en los ojos de mis hijos. En estos días ambos cumplen años, sus cuerpos siguen creciendo sin sol. Aislados. Sus amigos ahora son rostros en una pantalla: esas voces de eco metálico que celebran y muestran juegos en los que no existe tocarse. Afuera no puede ser primavera: no están ellos para darle sentido, no estamos. Tampoco el estremecimiento deja huella en la piel, y sin embargo.

 


Ventana al atardecer. Afuera, la danza lenta de los vilanos, el tiempo suspendido: los algodones de los álamos tienen su propia música, y no saben. Abajo se oye un estallido en la calle sin tráfico, alguien ha arrojado el vidrio. Es un anciano, permanece inmóvil junto a los contenedores y mira sus manos con guantes azules, como si también fuesen de cristal. Una mujer pasa deprisa junto a esa figura quieta, embozada. Embozados. Las manos, la boca. Es mentira que los días sean iguales: el desorden crece, sí, y la desidia, pero aun así proyectamos, fijamos la mirada en algún lugar, creamos nuevas rutinas. Sabemos, además, que estamos creando memoria. Y eso también nos salva.

 


Voy tropezando con piezas de madera y coches de juguete dispersos, en todos los rincones de la casa hay momentos de algún juego que nadie ha recogido. Laberintos, efectos dominó, hilos de colores que hemos tensado y evitado como si tocarlos fuese muerte segura. Algunos objetos se pierden, y descubrimos en los lugares más improbables otros que creíamos perdidos hace tiempo. Esta mañana, mientras mi hija hacía grullas de origami, mi hijo me ha traído una brújula. No recuerdo haberla llevado nunca a nuestras excursiones: el sendero siempre ha estado marcado. ¿Lo estará siempre? Sabemos que saldremos de nuevo a caminar, pero ignoramos cuándo y cómo. Mientras tanto, el Norte son nuestros tres dormitorios, el salón es el Sur, y en la periferia están los balcones desde los que nos asomamos a mirar y a batir palmas. Es ahora, en estos días, cuando más sentido tiene la brújula, porque sus flechas apuntan, señalan. Allá, al otro lado. Hacia.

Sobre el autor

Daniel Pelegrín (Murcia, 1973) es licenciado en Periodismo por la Complutense y Máster en enseñanza de Español Lengua Extranjera por la Universidad de Barcelona. Ha vivido en las ciudades de Murcia, Madrid, Teruel, Lisboa, Andorra, Sète y Zaragoza. Ha publicado la novela 'Estragos' (Calambur, 2000, Ayuda a la creación literaria del Instituto de Estudios Turolenses), así como relatos en diversas revistas. Fue escritor invitado a las Jornadas en torno a la Traducción Literaria organizadas por la Casa del Traductor en Tarazona (junio de 2002). También, ha traducido, junto a Blanca Cebollero Otín, el libro de poemas 'Oscuro dominio' de Eugénio de Andrade (Hiperión, 2011). En Tropo Editores ha publicado la novela 'Dos olas' (2013), que recibió el premio del 'Libro Murciano del Año 2013' por la Fundación de Amigos de la Lectura.

 

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