Me pregunto si es posible para el ser humano salirse del pensamiento dualista. El dualismo, nos refiere a la pareja aristotélica de Materia y Forma, es el pensamiento medieval que opone la Existencia de la Esencia, es el pensar el mundo partido por dos divinidades, la del bien y la del mal, es la división entre apariencia y realidad, es la concepción cartesiana del mundo de lo material y lo espiritual: es el cuerpo, separado de la mente. Y digo que es casi inevitable salirse del dualismo pues en la vida, en nuestra experiencia cotidiana, estamos rodeados de opuestos que luchan, se contraponen, se conjuntan y estructuran nuestra existencia: día-noche, bien-mal, blanco-negro, frío-caliente, hombre-mujer... y hoy más que nunca se está poniendo en cuestión este último.
La pregunta, que desde los griegos se ha hecho en la filosofìa es, si estos contrarios, realmente son contrarios, si son independientes uno del otro y están en una permanente batalla para ver quién gana, o bien, son una unidad que simplemente se manifiesta de manera diferente en el curso de un tiempo y un espacio definidos. La respuesta es, que no hay una sola respuesta, hay cientos de respuestas, y la pregunta esencial sobre si existe un mundo material fuera de nuestra mente, independiente de nuestro pensamiento, ha conducido a la búsqueda de un sistema de pensamiento que nos permita encontrar una verdadera respuesta que resuelva esta controversia aparentemente insoluble.
Donald Davidson sostiene que uno de los problemas que ha preocupado a la filosofía moderna está relacionado con esta concepción dualista de esquema/contenido, pensamiento que incluye la dicotomía entre lo subjetivo y lo objetivo. Este dualismo considera a la mente como algo dotado de estados y objetos privados y justifica el conocimiento empírico mediante la experiencia sensorial.
Davidson utiliza como referencia, pero sin considerarla totalmente como reduccionista, la propuesta de Quine quien sostiene que toda teoría que pretenda explicar el mundo externo debe remitirse a la experiencia o a pautas de estimulación sensorial, "hay que trazar una distinción clara entre el contenido invariable y los adornos conceptuales cambiantes, entre 'informe e invención, substancia y estilo, claves y conceptuación', ya que podemos investigar al mundo, y al ser humano como parte de él..."[1]. En esta teoría, la mente queda reducida a una acción pasiva e interior, donde los contenidos de la mente tienen que ver con relaciones causales que dependen de la evidencia exterior y no ejercen un papel analítico que nos permitan explicar las creencias y su significado y sobre todo, puede suceder que los sentidos nos engañen, por lo que "no podemos estar seguros de cómo es el mundo fuera de la mente"[2].
Para Davidson, no hay objetos mentales sino estados mentales, los cuales tienen un carácter relacional en tanto que se relacionan con un objeto no mental, ya sea del cuerpo o del mundo exterior. El objeto no mental determina en parte el contenido del estado mental; en esta determinación, intervienen causas ajenas a la mente y sólo pueden conocerse mediante la interpretación.
Ahora bien, los significados que han de ser interpretados no pueden ser puramente subjetivos o mentales; al no existir significados determinados, tampoco puede establecerse una distinción entre oraciones justificadas por sensaciones y oraciones cuya verdad se justifica por mediación de otras oraciones. Los contenidos mentales, ideas y creencias, son fieles representantes del mundo objetivo, sin embargo no existen medios igualmente objetivos que nos garanticen la fidelidad de dichas creencias, sino únicamente la experiencia o el condicionamiento que hemos obtenido por el cual las consideramos representantes fieles de la realidad: "las palabras y las oraciones derivan su significado de los objetos y circunstancias en las que fueron aprendidas"[3].
Los pensamientos son privados, en el sentido que pertenecen a un solo sujeto; de manera que estas creencias que buscan una verificación que las sustente como verdaderas, necesariamente deberán relacionarse con un mundo público común: "No sólo pueden otras personas llegar a saber lo que pensamos al advertir las dependencias causales que dan a nuestros pensamientos su contenido, sino que la posibilidad misma del pensamiento exige patrones compartidos de verdad y objetividad"[4].
Pero regresemos un poco para entender que las creencias son estados de las personas que tienen una intención, es decir, son estados causados y causantes de eventos internos y externos y que buscan una sustentación coherente: Si alguien tiene una creencia que parece coherente, está en condición suficiente para suponer que su creencia puede ser verdadera. El poder empírico de la teoría debe basarse en la confianza de que contamos con una estructura sólida de comunicación, esto es, de la capacidad de hablar y comprender un lenguaje común. Así, aquello que se considera coherente se aplica a las creencias y a oraciones que son verdaderas para alguien que las entiende.
Pero esto nos lleva a otro problema: ¿cómo sabremos entonces que lo que suponemos como verdad es lo mismo que los otros suponen como verdad?, es decir, ¿cómo sabemos que lo que sabemos, es lo mismo que lo que otros saben?.
Davidson acepta que existen diferencias entre lo que piensa cada individuo, pero éstas nunca deberán ser tan radicales como para caer en algún tipo de relativismo conceptual sostenido por algunas posturas escépticas. Si cada uno entendiese el mundo de forma totalmente diferente, sería prácticamente imposible entender las creencias, deseos e intenciones de los otros, es decir, que no habría cabida para la comunicación entre los individuos. Si esto llegase a ocurrir, no se debe a que el sujeto habite en un universo único e individual distinto al resto de los individuos, sino a que lo que estamos considerando como un estado mental, podría no serlo.
En este punto Davidson marca una pauta de particular interés, lo que sostiene es que aquello que percibimos por los sentidos, si bien es importante para la formación de creencias, no juega un papel determinante para la sustentación de un conocimiento, ya que todo aquello que percibimos no es sino un "simple accidente empírico"[5]. La filosofía ha cometido el error de considerar que la justificación del conocimiento empírico debe necesariamente remitirse a la experiencia sensible "aunque la sensación desempeña un papel crucial en el proceso causal que conecta las creencias con el mundo, es un error pensar que desempeña un papel epistemológico en la determinación de los contenidos de dichas creencias."[6]
Davidson sin ser un racionalista en sentido estricto, retoma las antiguas argumentaciones de Descartes para atacar al empirismo, quien sostuvo que aquellos conocimientos válidos y verdaderos sobre la realidad no proceden de los sentidos, sino de la razón y el entendimiento. Descartes llega a la conclusión de que si los sentidos nos inducen a veces a error, ¿qué garantías tenemos de que no lo hacen siempre? De ahí que la única certeza sea la razón, sin embargo volvemos al problema mencionado anteriormente, ¿cómo sabemos entonces que existe una realidad exterior al pensamiento?. De acuerdo con Descartes contamos con dos elementos para ello: el pensamiento (como actividad) y las ideas (como objetos del pensamiento); el acto de pensar verifica la existencia tanto de mi como del mundo. Digámoslo de esta manera: el Yo en tanto piensa, entonces existe, lo ajeno a ese Yo tiene una existencia dudosa, pero si ese Yo posee ciertas ideas sobre el mundo, entonces ese mundo existe, de otra manera no sería posible tener esas ideas. Ahora bien, para Descartes las ideas son una representación de aquello que contemplamos, hay distintos tipos de ideas (Adventicias, Facticias, Innatas) y las identifica más con los contenidos mentales, como capacidad de representar cosas (sensaciones, imágenes de la fantasía o conceptos del pensamiento) que con otros contenidos mentales como los actos de voluntad o las pasiones.
Por su parte, Leibniz también había sostenido que las ideas (aquellas que constituyen el origen de las verdades necesarias) no provienen de los sentidos, sostiene que nuestro conocimiento acerca de la realidad puede ser construido deductivamente a partir de ciertas ideas y principios evidentes, independientes de la experiencia, ya que ésta, sólo proporciona materiales necesarios, pero confusos. Sin embargo Leibniz va a hacer una distinción entre lo que son las ideas y los pensamientos, percepciones y afectos. Para él, las ideas como tales no son una acción del pensamiento sino una facultad, es decir un medio que permitirá acceder a la representación de una cosa, "tenemos la facultad de pensar en todo, incluso en aquello de lo que quizá no tenemos idea"[7]. Así, mientras que para Descartes las ideas son representaciones en sí, para Leibniz significan el medio para acceder a las mismas. Esto significa que es necesaria la existencia de algo propio del individuo que conduzca a la cosa y por ende ser capaz de expresarlo.
En términos muy generales se puede encontrar la diferencia entre ambos al considerar, que el objetivo de Descartes era alcanzar un conocimiento claro y distinto, características que serán consideradas por Leibniz como insuficientes para alcanzar un conocimiento estricto. Esto va a derivar en una critica radical de Leibiniz a la prueba de la existencia de Dios dada por Descartes (prefigurada anteriormente por San Anselmo en la que se demuestra su existencia por el mismo hecho de tener la idea de Dios).
Leibniz afirma que no es suficiente afirmar que pensamos en el ser perfectísimo para asegurar su existencia y lo único que prueba es algo condicional. Es preciso, además, investigar si tal pensamiento es posible, si su definición es posible y no encierra contradicción,
Así pues, lo que queda establecido desde entonces es que no basta con reducir lo no idéntico a identidades puras para que un pensamiento sea verdadero. Es necesaria la corroboración de que los conceptos mismos, cada uno por sí, son posibles y no contradictorios. Me parece que el planteamiento de Davidson establece un cuestionamiento del sistema lógico que Leibniz sugiere como un instrumento infalible, tal como lo dice magistralmente Ortega y Gasset y con esto termino esta reflexión:
Leibniz y la tendencia que él inicia —tendencia, repito, dominante hasta comienzos de este siglo— representan el momento áureo en que el hombre ha creído con mayor vehemencia poseer, efectivamente, un instrumento indefectible para interpretar la realidad y saber a qué atenerse respecto a ella: la lógica.[8]
Obras Consultadas
Abbagnano, Nicola, Diccionario de Filosofía, México, fondo de Cultura Económica, 3ª. ed., 1998.
Descartes, René, Discurso del Método y Meditaciones Metafísicas, Argentina, Terramar ediciones, col. Caronte Filosofía, 2004.
Davidson, Donald, Mente, Mundo y Acción, Barcelona, Paidós, 1991.
Leibiniz, G.W., Escritos filosóficos, Madrid, Antonio Machado, col. Mínimo Tránsito, 2003.
Ortega y Gasset, José, "La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva" en Revista de Occidente, versión electrónica: http://robertexto.com/
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