Texto sobre la muestra de Janis Kounellis en
el Templo de San Agustín en la Ciudad de México
Publicado en Réplica21 el 10 de febrero de 2002
Una de las más importantes aportaciones de la estética del siglo XX ha sido la introducción del concepto de "arte visual", por medio del cuál se le asigna la categoría de objeto artístico a todo aquello que sin ser escultura, pintura, dibujo ó fotografía, deviene en la concretización del acto creativo, rompiéndose así las férreas estructuras academicistas que lo confinaban, tal y cómo sucedió con muchas de las obras creadas durante el movimiento surrealista, a partir de materiales no utilizados anteriormente en las artes plásticas. Entre los movimientos que sucedieron al surrealismo, casi un lustro después, destaca el llamado Arte Povera, que tuvo su génesis en la Italia de la posguerra y cuyos miembros optaron por la utilización de materiales industriales para la realización de sus obras que, además de contener una fuerte carga política, intentaban establecer un diálogo entre la naturaleza y la sociedad industrial. Por la naturaleza de los materiales empleados, estas obras salen absolutamente de los cánones tradicionales de las artes y se observa en ellas los orígenes de modalidades de las artes visuales, tan en boga en nuestros días, cómo lo son la instalación, el multimedia y la intervención, entre otras. Jannis Kounellis, principal fundador del movimiento Arte Povera estuvo trabajando en nuestro país durante el mes de noviembre y dejó en el Templo de San Agustín, en el centro histórico de la ciudad de México, una lacerante muestra de la excelencia que puede alcanzar una obra de arte visual.
Al penetrar en el Templo de San AgustÌn es inmediata la sensación de que uno se está enfrentando con una obra absolutamente enigmática, de múltiples lecturas. En el piso de la nave central se encuentra una serie de "casas rudimentarias" de gran tamaño, hechas con piedra volcánica negra, construidas sobre unas vigas de hierro y semicubiertas con tela de manta; esparcidas en torno a estas casas se encuentran diversos trípodes gigantescos, también construidos con vigas de hierro, semejando una especie de cruces truncadas y caídas. En dos de las capillas, inmensos libreros guardan jaulas de pájaros y costales de yute perfectamente doblados, así cómo rollos de gruesas láminas de plomo que semejan a esa tela plateada que se utiliza para la fabricación de bolsas de dormir y cubiertas de autos. En otra capilla, a cuya entrada se encuentra una enorme reja, también construida con vigas de hierro, descansa un trípode más. En el altar principal, una descomunal viga de madera en forma cruz commisa pende de una cuerda y, en su pedestal, un costal yace atravesado por un machete.
Es precisamente desde el altar principal dónde uno puede observar la magnificencia del trabajo aquí realizado por Kounellis: más que acomodar una aparente serie de instalaciones en un espacio determinado, lo que ha hecho es una muy meditada conjunción entre espacio y objetos de tal manera que forman una sola unidad. Incluso, pareciera ser que este templo se hubiese mandado a construir exprofesamente para albergar la obra de este artista griego, afincado en Italia; de hecho, cuando visité este templo, un señor le preguntaba al vigilante si las esculturas de Platón, Confucio, Copérnico, etc., que circundan la nave principal, eran también parte de la instalación, así cómo la duela levantada del piso; el vigilante le contestó que no, que las esculturas se colocaron ahí cuando este edificio albergaba a la hemeroteca nacional y que el estado de la duela se debía a las reparaciones que actualmente se realizan.
Al pasear por entre las casas de piedra, trípodes y libreros, siempre bajo la pétrea mirada de la veintena de filósofos, las posibles lecturas de esta obra de Kounellis comienzan a acudir a nuestra mente, coincidiendo casi todas ellas en el hecho de que lo realizado por este artista es la captura de todo un período de veinte siglos de historia de la humanidad en un sólo recinto en el que el hombre se contempla a sí mismo y cae en la cuenta del anonimato de su existencia y de su importancia en tanto que ente social.
Ahora bien, cabe destacar que al igual que sus anteriores obras, en ésta también Kounellis subraya el carácter social del arte y el papel que juega el artista en la sociedad cómo medio de expresión de ella misma y no cómo mero artesano que trabaja sin base filosófica alguna para satisfacer un voraz mercado de arte ansioso de regodearse en su propio sinsentido. De aquí la importancia de este tipo de obras de arte visual: son resumen y prólogo de la historia de la sociedad misma, además de constituirse en ejemplo del camino que emprenderá el arte durante el siglo XXI.
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