Texto sobre la muestra Erógena, bajo la curaduría de Magali Arreola
Publicado en Réplica21, el 2 de febrero de 2000
Un signo de estos tiempos es la relevancia fundamental que han adquirido los curadores de museos, galerías y bienales dentro del desarrollo del arte contemporáneo. Si entre los años setenta y ochenta surgieron diversos artistas, cómo lo sería el caso de Félix González Torres, Francis Alÿs ó Anthony Gormley, que contrataban ó utilizaban el trabajo de artesanos para la elaboración de sus obras, actualmente podemos ver al curador colocado en una categoría que muy bien podríamos denominar cómo meta-artista: el que crea a partir de la obra de los artistas. Y algo que llama poderosamente la atención es precisamente el hecho, cada vez más frecuente, de que el discurso visual planteado por los curadores resulta ser de un interés mayor al planteado por los propios artistas. Incluso, aún tratándose de una exposición individual, es el discurso del curador de mayor trascendencia que el del propio artista. Esto abre perspectivas insospechadas tanto en la estética cómo en el arte contemporáneos: la exposición cómo obra de arte, el fenómeno colectivo transformado en objeto del arte, el sin sentido de la obra individual en tanto que ajena del discurso del arte contemporáneo y, fundamentalmente, la pérdida de la individualidad del artista.
Marcel Duchamp decía que "millones de artistas crean, unos cuantos miles llegan a destacar, y son apenas unos cuantos los que serán consagrados por la posteridad". En el caso de los curadores ahora se aplica lo mismo, basta sustituir la palabra "artistas" por curadores. En éstos últimos 15 años, en México han surgido excelentes curadores: Rubén Bautista (Arte Vivo, La Quiñonera, 1987), María Guerra (Acné, Museo de Arte Moderno, 1997) y Guillermo Santamarina (Bienal Internacional de Fotografía, Centro de la Imagen, 1999); siendo el común denominador de estas tres memorables exposiciones (obras en el sentido contemporáneo), el paso a un segundo plano de la individualidad de cada artista ante la fuerza del discurso visual del propio curador. Del 10 de abril al 15 de junio, la joven curadora Magali Arreola presentó Erógena (exposición colectiva) en el Museo Alvar Carrillo Gil, en la ciudad de México.
Erógena se constituye en una obra un tanto irregular; desde su prólogo, en el que se nos advierte que "...es una exposición explícita en su radicalismo"; el espectador esperaría encontrarse, ya no con una presencia estética del sexo hard-core, sino más allá: encontrarse con el producto de las perversiones surgidas de una sociedad tremendamente insatisfecha, en el que incluso se mezcla el placer con la violencia y la muerte ó, aunque sea, con una obra de Santiago Sierra en la que hubiese contratado a una prostituta de la merced y a unos cuantos macheteros en medio de la sala del museo, con un letrerito al lado que dijera "los pobres también cogen".
En Erógena, Magali Arreola optó por conformar un discurso un tanto superficial e irregular en torno a la temática sexual en la sociedad contemporánea, recurriendo a un conjunto dispar de obras que las más de las veces no pasan de ser una triste ilustración del Penthouse ó El sexo me da risa, en el mejor de los casos, cómo sucede con las obras de Fernando Brunet, Daniela Rosell y Eduardo Abaroa, entre muchas otras, u obras absolutamente prescindibles, en el contexto de la exposición, cómo sucede con las de Edgar Olarnieta y Julio Galán. De aquí que el discurso de la muestra en general se torne inconexo y pobre (¿así será la sexualidad de la sociedad mexicana?), dando pie al surgimiento del interesante discurso individual de apenas seis de los artistas participantes.
Agrupados bajo los juegos sexuales del fetichismo se encuentra el pequeño y fálico "guaje", revestido de cuero negro al más puro estilo sadomasoquista, de Thomas Glassford; los increíbles acercamientos fotográficos al musculoso cuerpo de un "hombre de acción" que, sólo después de una detenida observación, cae uno en la cuenta de que se trata de un juguete de plástico y no de carne y hueso; y finalmente, el close-up de Maurycy Gomulicki a la boca entreabierta, invitando a todo el erotismo posible, de una muñeca de plástico.
Una obra aún más interesante por su discurso contemporáneo en torno al sexo es el excelente bordado de Carlos Arias (Niña fertilizadora) que, además de toda su carga conceptual implícita, nos muestra una imagen, digna de todo un estudio psicoanalítico, de una tierna niña de la que por debajo de sus enaguas emergen unos descomunales y serpententes penes. Rodrigo Aldana participa en esta muestra con su diario G, que se diferencia del resto por la propositividad de su factura: un inmenso periódico mural de formato horizontal. Aldana realiza una estupenda combinación de textos, pantallas de color y fotografías, a manera de página web, con los que relata las historias sexuales sucedidas a un artista pobre y gay de Monterrey al mezclarse por unos días con unas jóvenes y adineradas señoras de la ciudad de México. El diario G comienza con frases tales cómo "Ya se me había olvidado que ya había comenzado un diario; que vacía es mi vida" ó "Este mundo es como para retrasados mentales, ¿no?".
El video de Richard Moszka se constituye en la obra más importante de la exhibición dado su carácter de síntesis de la sexualidad contemporánea. Si en los años 60 un manifiesto de la exigencia de la libertad sexual fue la película Kiss de Andy Warhol, en la que un hombre y una mujer se besan en la boca durante poco más de una hora. En el video de Moska, la parejea de Warhol es reemplazada por dos hombres jóvenes que aparentemente se encuentran en una fase terminal del sida, por las manchas en su rostro: la libertad sexual alcanzada es ahora acotada por el fantasma del sida. Algo que llama poderosamente la atención en este video es el incesante sonido producido por el chasquido de las bocas.
Aún cuando la presencia de estas seis obras eleva la calidad del discurso que plantea Magali Arreola con Erógena, algo que se subraya en esta exposición es lo que hasta ahora ha sido el principal error de muchos curadores: no asisten a los estudios de cuantos artistas se acercan a ellos, limitando sus posibilidades de elección de obras a pequeños círculos formados por compañeros de escuela ó artistas ya explotados por otros curadores. A pesar de todo, hay que reconocer de esta exposición la audacia de esta joven curadora (muy guapa por cierto), sobre todo si se toma en cuenta la historia de problemas de censura que ha tenido que enfrentar en diversas ocasiones el quehacer cultural en México; de aquí que cabría esperar en el futuro trabajos de excelencia realizados por Magali.
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