Texto sobre la muestra de Antonio Gritón titulada
"Picoanálisis", en el Museo de Historia de Tlalpan.
Publicado originalmente en Réplica21 el 10 de mayo, 2006
El campo de la visualidad artística contemporánea en México carece de la vitalidad y del nivel de discusión necesarios para propiciar desarrollos propios de avanzada y un autoanálisis para definirse y encontrar su posición en el concierto mundial.
Aunque el papel del estado como rector de políticas y facilitador de una infraestructura básica para el desarrollo y divulgación de la cultura es de suma importancia, dichas responsabilidades también son de la sociedad y en específico del gremio o gremios involucrados, sobre los recaen también los indisociables procesos reflexivos.
De entre ellos, el de la educación y el de la investigación son fundamentales para la vitalidad y capacidad analítica del medio, pero la mayoría de los centros de investigación y de los centros educativos especializados muestran agotamiento y bajos niveles de discusión.
Los artistas por su parte entienden su papel de maneras muy distintas. Son pocos los que desempeñan un rol activo y crítico en el mundo del arte más allá de su producción personal. La intervención y la incidencia del artista en los sistemas productivos sociales y artísticos son difíciles y complejas ya que se necesitan enormes dosis de energía y creatividad extras para buscar fondos y convocar públicos (en un país donde ni autoridades, empresa privada, o el público general, parecen estar muy interesados).
Desde la perspectiva mencionada, el desempeño de Antonio Ortiz "Gritón" (1953) es significativo: lleva años canalizando esfuerzos a proyectos autogestivos y de interés comunitario en la Ciudad de México, que forman parte de una serie de voluntades encaminadas a la construcción de una infraestructura artística no oficial.
Muestra de ello lo son eventos gestionados por él junto con otros artistas, teóricos, y asociaciones civiles como: La toma de Reforma(2004), la fundación de la revista Réplica21(2002), la constitución del Museo Público de Arte Contemporáneo de Tlalpan (2005), los recientes seminarios y Parlamentos Alternos I y II (2005-2006) para la revisión de la legislación nacional en materia de cultura, además de sus textos críticos publicados esporádicamente en distintos medios y de su permanente interés por ganar espacios para el arte ya sea ideando proyectos con implicaciones sociopolíticas o buscando lugares antes sin advocación artística para sus propias exposiciones, como el Museo de Historia de Tlalpan donde se llevó a cabo su última exposición.
Dicha exposición, bajo el sugerente título de Psicoanálisis, contrapunteó su labor externa en el arte -es decir aquella dedicada a su vinculación con la sociedad- ya que es una introspección realizada en su producción con la ayuda del psicoanálisis, que se convierte en un ejercicio representacional de sus distintos estadios: anímicos, intelectivos, e incluso artísticos, durante los últimos cuatro años.
De acuerdo al propio artista, la primera sala correspondía a una etapa de crisis. Para ello empleó básicamente la pintura que formal y conceptualmente lo ha caracterizado durante años: composiciones pobladas de personajes que hibridaron de lo popular y lo onírico, y motivos decorativos más gráficos que pictóricos a los que se añaden objetos, y una imaginería y fraseología apocalípticas.
El siguiente estadio hacía referencia a un período de búsqueda y dispersión donde aparecen gestos inesperados (huellas de coches de lujo sobre lienzos), objetos diversos y combine paintings y emplumados, que junto con otros adheridos a la tela empiezan a construir el discurso de las piezas posteriores.
Los lienzos de coloridos paisajes abstractos sembrados de recortes de los que brotan literalmente hiedras y helechos de plástico, son un remanso o período de equilibrio existencial.
Desde mi punto de vista es aquí donde se encuentra la obra más interesante de esta aventura de introspección y mediación simbólica.
Sus paisajes poseen un fino sentido del humor (como la planta viva en su maceta al centro de la sala en diálogo irónico con el invernadero plástico) y una sencillez casi cándida pero que logra un discurso contundente, al tiempo que lo ubican a una sana distancia de investigaciones de moda o muy transitadas.
La última sección parecía ser un re-establecimiento de premisas correspondiente a un período de intenso estudio del psicoanálisis lacaniano del que parten conjeturas en torno a su vida y a su labor artística.
Los cuadros abstractos y las notas —dibujos— sobre papel amate esparcidos por las paredes se refieren a ello, a su reflexión sobre lo invisible, sobre lo que esta fuera de nuestra percepción (que desde fines del siglo XIX llevan a cabo el psicoanálisis y la física cuántica) y que es lo que nos gobierna, de acuerdo a sus palabras.
A pesar de que a este último compendio le falta desarrollo (está a nivel de ejercicio al que le falta elaboración conceptual y formal para cuajar en una propuesta específica), plantea ideas de enorme interés para la práctica artística actual como la de asir la producción a sistemas filosóficos, de los que él piensa se ha apartado el arte.
La enorme exposición en su conjunto era compleja por la diversidad de focos conceptuales y formales de los que partió pero el espectador y el lector de esta nota deben entender que el artista privilegia el proceso sobre el resultado y la coherencia del conjunto, y que la obra de un artista y la importancia de su papel social con responsabilidades más allá de su producción: son caras de una misma moneda.
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