He was a friend of mine
Every time I think of him
I just can't keep from cryin'
'Cause he was a friend of mine
He died on the road
He died on the road
He just kept on moving
Never reaped what he could sow
And he was a friend of mine
I stole away and cried
I stole away and cried
'Cause I never had too much money
And I never been quite sa1sfied
And he was a friend of mine
He never done no wrong
He never done no wrong
A thousand miles from home
And he never harmed no one
And he was a friend of mine
He was a friend of mine
He was a friend of mine
Every time I hear his name Lord
I just can't keep from cryin'
'Cause he was a friend of mine
(Canción tradicional norteamericana)
Allá por el año de 1974, la Facultad de Ciencias de la UNAM se encontraba aun a la mitad del casco antiguo de la Ciudad Universitaria, a medio camino entre la torre de Rectoría y la Facultad de Medicina. La explanada principal de esa facultad la ocupaba la majestuosa estatua de Prometeo, enclavada en un pequeño espejo de agua, rodeado a su vez por un pequeño, pero cómodo y confortable prado.
Todos los días, a eso de las 11 de la mañana era cuando esa área se comenzaba a poblar de estudiantes de las 4 carreras que se impartían (Física, Matemáticas, Biología y Actuaría). Era cuando comenzaban las horas libres o las "horas ahorcadas"y la socialización tenía importante lugar.
Yo había ingresado a esa facultad en mayo de 1973, a estudiar biología. Desde el inicio me reunía con varios compañeros en el Prometeo, y para un año después se había formado un pequeño grupo de freaks de la carrera de Física que ahí pernoctaban, a algunos de eloos los conocía desde la primaria, como a Paco Noreña y Juan Tonda (El Güero) y desde la prepa a Jorge Robles (Gargantúa). Seguí frecuentándolos. Poco a poco empezaron a incorporarse otros personajes como Mariano Morales, Jorge Fernández, y algunos otros (los menos) cuya presencia me fue insustancial.
Me llamó la atención la presencia de un sujeto muy peculiar. Un tipo extremadamente flaco, con una pinta jacarandosa y unos modales del todo informales y algo excéntricos, con una sonrisa casi permanente. Un ser que se diría parecía estar levitando más allá del bien y del mal. Fue Mariano el que me lo presentó diciendo "Julio, este es el GRITÓN". Después del obligado "Hola" No pasaron ni 3 minutos para que me diera cuenta del por qué de ese apodo. El corazón me dio un vuelco y los tímpanos casi se me revientan. Quedé paralizado pero como poseído, se trataba de alguien realmente interesante.
Era el GRITÓN.
Seguimos viéndonos. Siempre tomando el sol y cómodamente apoltronados sobre el pasto, ejerciendo el irresistible derecho a la pereza, para gran satisfacción del camarada Paul Lafargue. El GRITÓN, sin duda era quien con más ahínco ejercía ese derecho y en quien con más creatividad lo aprovechaba.
En aquellas épocas, la UNAM era un hervidero de ideas y entusiasmo revolucionario y la Facultad de Ciencias era, sin exagerar, la vanguardia de ese hervidero, y ese pequeño grupo en donde estábamos GRITÓN y yo no era excepcional. Hablábamos y debatíamos de todo: De cine, de política, de la vida cotidiana.... Y de música. En el rock, el blues, el jazz, así como la música clásica, encontramos los vehículos de una sólida comunicación, de un profunda identificación, de una indestructible pasión, porque para nosotros esa música no era sólo un gusto, menos una moda, era pasión, era la vida y en GRiTÓN yo había conocido a alguien con quien parecía que podríamos compartir la vida y vivirla. El tiempo me dio la razón.
Las participaciones de GRITÓN en ese grupo eran siempre brillantes, ocurrentes, profundas, si bien a veces muy necias, pero su necedad y su obsesión por llevar la contraria siempre me provocaron y sedujeron. Discutir con GRITÓN, aunque fueran necedades (como cuando él se empeñaba en denostar a los Beatles y yo en elogiarlos) era siempre un placer, aunque tuviera sus tintes neuróticos, que ahora me hacen reír y sentir nostalgia.
Y así podíamos pasarnos horas platicando. Uno de los primeros relatos orales de GRITÓN fue cuando nos compartió su versión del apocalipsis. No sería, según él, resultado de una guerra nuclear, ni de pandemias, ni de cambios climáticos ni alimentos transgénicos, que en esa época ni existían. Sería más bien, el resultado de lo que él llamó la "Guacareada Universal". Una serie tendiente a infinito de vomitadas causadas inicialmente por una viejita enferma que comenzara a cantar Oaxaca en la calle. El asco que eso produciría en la gente que por ahí pasara causaría que ellos también empezaran a devolver del estómago, y eso contagiaría a otros, y otros, y otros, hasta que la humanidad entera hubiera guacareado y el planeta quedaría cubierto de una gruesa y espesa capa de vómito, que, a lo largo de millones de años se evaporaría por la radiación solar, formando una gruesa nube que se precipitaría a la Tierra de nuevo, reiniciando el ciclo e impidiendo el surgimiento de nuevas formas de vida.
Imaginen la escena, y a GRITÓN explicando esto con su estruendoso tono de voz. Nuestra risa fue tan sonora e interminable en esos momentos, y yo sigo riendo mucho al recordar esa fulgurante ocurrencia. GRITÓN iba rompiendo su cascarón.
Nuestra relación se fue estrechando y en no mucho tiempo se había convertido en un entrañable amigo. Las anécdotas a contar pueden llenar docenas de páginas. Elijo una que otra.
Extrañamente solemne fue el momento en el que GRITÓN conoció a Luis Hernandez Navarro. Paco Noreña y yo habíamos hablado muy elogiosamente al uno acerca del otro. Una tarde de sábado, al fin hicimos una cita, fue en la glorieta de la Palma, en Reforma. Paco, GRITÓN y yo llegamos primero y Luis como a los 10 minutos, todos nos pusimos de pie y Paco y yo dijimos: Luis, él es GRITÓN, GRITÓN, él es Luis. Se dirigieron una sonrisa, se fundieron en un abrazo y se supo, en ese preciso instante, que con la mirada se habían flechado mutuamente y que una gran amistad había quedado sellada.
Cuando GRITÓN decidió dedicarse a la pintura, su creatividad y talento crecieron. Siendo aún un principiante, participó en una exposición colectiva cuya crónica (creo que fue publicada en Proceso) corrió a cargo de Raquel Tibol, quien calificó a GRITÓN, junto con otros 9 pintores como "irrelevantes", pero él era tan solo uno entre diez irrelevantes. Fue así que en una ocasión lo saludamos los cuates al compás de "¡Hola décimo de irrelevante!" a lo cual GRITÓN solo respondió, previsiblemente, con una sonora carcajada.
Hubo una ocasión en la que él y yo hicimos una cita y, parados en la calle, sin saber en qué emplear el tiempo y cerca de la aburrición; Gritón sugirió que fuéramos a casa de una tal H..., una chava que vivía muy cerca (andábamos por la Colonia Hipódromo) y que dizque tenía una envidiable colección de discos de rock. Sin demasiado entusiasmo acepté, total nada tenía que hacer. Nos enfilamos a su casa y al llegar nos abrió la puerta una señora de torva mirada y evidente aspecto malévolo, que era la madre de H (a quien tampoco conocíamos). Nos dijo que su hija no estaba pero continuó con un "Pásenle pásenle", y ahí va el par de pendejos a pasar, quién sabe a qué pero nos entramos. Nos llevó a una gran sala como de 60 o 70 metros cuadrados en donde había un piano de media o un cuarto de cola y 3 sillones. Punto, nada más, ni una mesa, ni nada en las paredes, algo tétrico. Sin mediar palabra nos empezó a contar piradez y media sobre todas las fuentes y aspectos de sus problemas conyugales y familiares. La señora destiaba desquiciamiento por los poros, no daba un segundo de pausa entre demencia y demencia. Pasó como hora y media en ese tenor hasta que Gritón y yo, la neta, nos empezamos a asustar; la maniaca no parecía tener límites.
Nos miramos y le dijimos "ya nos vamos señora"... "¡No espérense!. Me falta contarles que, bla bla bla bla". Y siguieron más y más disparates de la boca de la pinche ruca. Ya en el desespere nos levantamos y nos dirigimos a la puerta y la señora gritaba: "Espérense, espérense". Mientras nosotros pensamos: ¡Pura madre, ya nos vamos!
Llegamos a la puerta y la señora... ¡la había cerrado con llave!
¡No mames! Sentimos pasos, neta esa loca era capaz de encerrarnos a pan y agua de por vida.
Le insisitimos con firmeza y al final nos abrió.
Salimos hechos la madre.
No sé qué aspecto tenía yo, pero GRITÓN iba lívido del susto y me cae que temblaba. Ya por la calle caminamos un poco y habiendo recobrado el aliento nos dijimos "¿Sabes qué? Ya cada quien a su casa, güey, antes de que algo peor nos pase, este no es nuestro día". Nos separamos y al día siguiente nos llamamos por teléfono y pasamos como 45 minutos de irrefrenable risa, nomás de acordarnos de las insanias de la señora.
Muchos años pasaron, el Gritón se hizo pintor y luego "artivista", como él se autodefinió. Cerca de febrero de este año, me llamó para pedirme que hiciera un cotejo y una revisión de la traducción que él mismo había hecho del inglés, del Manifiesto del Partido Comunista, de Marx y Engels. Acepté al instante, y le hice varias preguntas para contextualizar, le sugerí en un momento que incluyera una introducción, suya o de otra persona, me contestó "¡Pues tú, Julio!", y desde luego acepté. Hice, claro, el cotejo. La traducción me pareció impecable. Hice la introducción (no es albur) fuertemente inspirado. Gritón procedió a la impresión de todo Y se hizo una presentación en una galería donde estaba exponiendo algunas de sus últimas pinturas.
¡Era el Manifiesto Comunista! ¡Una de las obras revolucionarias más fundamentales de la historia! La introducción era mía y la traducción y edición, de Gritón. Para completar el panorama, GRITÓN había inviado a Alberto Hijar, filósofo y profesor revolucionario desde hace más de 60 años y a quien le tengo gran estimación por haber sido intimo amigo de mis padres, jugándose juntos el pellejo en 1968. Ahí estaba yo con Hijar y el GRITÓN, gracias a la iniciativa de éste último. Era para mí una formidable demostración de la amistad que nos unía desde hace 50 años. Fue el 14 de abril de 2024. Yo me sentía en las nubes y enormemente agradecido con GRITÓN.
Esa fue la última vez que lo vi en plenitud de sus facultades físicas. Nada insinuaba siquiera la tragedia que pronto ocurriría.
La siguiente vez que lo vi fue la última. Ocurrió el 28 de noviembre, en su lecho de enfermo. Fuimos a verlo Paco y yo. Muy delgado, demacrado y débil, alimentado por una sonda que le impedía hablar. Sin embargo, yo estaba confiado, en buena parte por lo que el propio GRITÓN decía, en que esa penosa condición pronto habría de superarse. Hablamos los tres cerca de una hora. Al despedirme le estreché la mano y sentí que me apretaba con fuerza. Me fijé en su brazo, estaba fuerte y musculoso, había fibra.
"¡Tienes fuerza, Gritón!" le dije optimista; él se sonrió y volvimos a estrecharnos las manos.
Fueron las últimas palabras que le dirigí y lo útimo que vi de él.
Una semana después, el 5 de diciembre, cuando despertaba, recibí la fatal noticia. Dos llamadas, una de Esmeralda y otra de otro amigo: Pepe Gil, desde Madrid. Y el aterrador mensaje de texto de Luis: "Murió Gritón."
Me fui al suelo como nunca antes, se trataba de uno de los más grandes amigos de toda mi vida. Para mí y todos los que tuvimos el placer de su amistad, se trata de la pérdida no solo de un excelente pintor y artista plástico, no sólo de una persona consecuente con su modo de vida y con las ideas y prácticas revolucionarias, sino de un gran y solidario compa, cuate, brother, cuyo espíritu, proveniente, al menos, que a mí me conste, de nuestras reuniones y charlas de hace medio siglo en el Prometeo de la facultad de Ciencias, permaneció inalterable. Gritón fue siempre el joven bondadoso y radical de 20 años de edad. Al momento de su muerte era, como dijo alguna vez Bob Dylan, mucho más joven que en el pasado. ¡Y vaya que en el pasado fue joven!
¡¡¡¡SUPERABRAZO GRITON!!!
¡¡¡¡AMIGO MÍO!!!!
¡¡¡¡DONDEQUIERA QUE ESTÉS!!!
¡¡¡¡SUPERABRAZO!!!!
¡¡¡¡SUPERABRAZO!!!
12 de diciembre de 2024.
Agradecemos la colaboración de Enrique Cantú quien nos permitió compartir las fotos de su archivo.
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